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lunes, 24 de enero de 2022
“Llamados a cuidar la Casa Común”: Obispo del Callao se pronuncia sobre el derrame de petróleo
23 enero, 2022
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Bajo el título “Llamado a cuidar nuestra Casa Común”, el Obispo del Callao, Mons. Luis Alberto Barrera, MCCI, se pronunció sobre el desastre ambiental provocado por el derrame de seis mil barriles de petróleo de la empresa REPSOL frente a la costa peruana. Recientemente, Mons. Barrera visitó algunas de las 17 playas chalacas afectadas, donde expresó su rechazo por este atentado contra la flora y fauna marina.
“Nos solidarizamos con los pescadores, las personas que viven cerca de las zonas dañadas que son los más afectados; pedimos a todas las autoridades ser parte de la solución del problema y actuar con celeridad para sanar eficazmente el mal causado a nuestro litoral del Callao”, remarcó en su mensaje.
Este 22 de enero serán beatificados en El Salvador, el padre Rutilio Grande S.J. junto con los laicos Manuel Solórzano y Nelson Rutilio Lemus, asesinados el 12 de marzo de 1977 y fray Cosme Spessotto O.F.M. asesinado el 14 de junio de 1980. Se señala como autores a grupos paramilitares.
El 12 de marzo de 1977, hacia las cinco de la tarde, el Padre Rutilio Grande junto con Manuel Solórzano (72 años) y el joven Nelson Rutilio Lemus (15), se dirigía en su vehículo “zafari” hacia El Paisnal, población situada a unos 40 kilómetros de la capital, para celebrar el último día de la novena en honor a San José, patrono de la comunidad.
En El Paisnal, el templo lucía preparado para la fiesta. Los asistentes abarrotaron el lugar. Mientras, el padre “Tilo”, como lo llamaban los campesinos, fue emboscado por un grupo de hombres armados quienes dispararon contra el “zafari” y sus pasajeros. El auto volcó y en su interior quedaron tres cuerpos sin vida. El reporte forense afirma que el padre Grande recibió doce balazos.
Quienes esperaban al sacerdote para celebrar la eucaristía, al conocer la noticia, se trasladaron al lugar de la emboscada. Un grupo de agentes de la ahora extinta Guardia Nacional no dejaron que nadie se acercara a los cuerpos.
Una Iglesia perseguida por defender a los más pobres
A partir de 1970, la sociedad salvadoreña, caracterizada por sufrir enormes desigualdades, comienza a dar pasos hacia una mayor organización campesina que exigía sus derechos. El gobierno de turno responde con un proyecto de transformación agraria que buscaba redistribuir la tierra. Estos años se van a caracterizar por la confrontación entre los distintos grupos de poder y las organizaciones campesinas y sindicales. La represión por parte del gobierno fue creciendo hasta el estallido de la guerra civil en 1980.
El autor del libro “Vida, pasión y muerte del jesuita Rutilio Grande” (2016), Rodolfo Cardenal S.J. recuerda la preocupación del padre Grande por el respeto a la vida y a los derechos de los campesinos en un contexto de creciente violencia y en el cual el gobierno de turno acusa a la Iglesia de “soliviantar a los campesinos y a la gente pobre; eso es falso, lo que realmente hicieron fue darle voz a la gente para que expresaran sus reclamos y para que lucharan por sus derechos”.
Hasta el final de la guerra civil en 1992, habían sido asesinados más de 20 sacerdotes, el arzobispo, Monseñor Óscar Romero, cuatro religiosas y cientos de catequistas y celebradores de la palabra.
En este contexto cabe recordar el ideal de fraternidad de Rutilio Grande para la Iglesia y el mundo: “Manteles largos, mesa común para todos, taburetes para todos. ¡Y Cristo en medio! Él, que no quitó la vida a nadie, sino que la ofreció por la más noble causa (…) La construcción del Reino, que es la fraternidad de una mesa compartida, la Eucaristía” (homilía del 13 de febrero de 1977 en Apopa).
Una Iglesia cercana, misionera y en salida
El padre Grande había adoptado un enfoque innovador en la formación de los seminaristas. De igual manera, cuando fue asignado a la parroquia de Aguilares invirtió sus energías y esfuerzos en nuevos enfoques para la formación de los hombres y mujeres laicos.
A veces decía: «Ahora no vamos a esperar a los misioneros de fuera. Más bien, debemos ser nuestros propios misioneros». En este empeño, el padre Grande y sus compañeros jesuitas empezaron a visitar a la gente tanto en las comunidades rurales como en las poblaciones urbanas.
La cercanía con los campesinos y a sus sufrimientos sería uno de los principales énfasis del trabajo pastoral.
Con el tiempo, su enfoque personal atrajo a la gente a la celebración de la Eucaristía, los sacramentos y el estudio bíblico, lo que dio lugar a una vibrante comunidad de cristianos que participaban activamente en la vida de la parroquia.
Rodolfo Cardenal afirma que la beatificación de los cuatro mártires sitúa a la Iglesia salvadoreña y latinoamericana en la senda de la Iglesia martirial. “Rutilio Grande está asociado a monseñor Romero. Monseñor Romero no se entiende sin Rutilio Grande. Él y otros sacerdotes trabajaron, prepararon el camino pastoral que después monseñor Romero recorrió y avanzó”, afirmó Cardenal.
Por otro lado, Rutilio Grande y los otros tres mártires son “un reclamo de verdad y de justicia en un país donde la mentira es estructural, donde hay impunidad y los crímenes de guerra no han sido investigados ni juzgados”, subrayó el historiador Rodolfo Cardenal.
El aporte más importante de estos mártires afirma Cardenal, es haber estado al lado de los pobres en un momento conflictivo y difícil. “Es lo que el Papa Francisco llama ahora la Iglesia en salida, el ir a las fronteras. Ellos fueron a las fronteras”. Este es el sueño del padre Grande, “él quería que la creación fuera compartida por toda la humanidad, que nadie declarara como propio algo que era común a todos (…) promovió la creación de comunidades donde todos tuvieran su espacio”.
Rodolfo Cardenal insiste en que su aporte y experiencia pastoral fue bien importante, así como la idea de consolidar una “pastoral de conjunto” que subraya el ejercicio de un trabajo pastoral en equipo, lo que “el Papa Francisco llama el camino sinodal”. Fue un hombre, añadió, que luchó por una sociedad donde los seres humanos pudieran vivir a plenitud.
La Iglesia salvadoreña se prepara para la celebración de estos cuatro mártires y anhela que se conozca la verdad y se haga justicia.