Ayala Ramírez (*)
Se ha publicado la Quinta Exhortación Apostólica del papa Francisco titulada “Querida Amazonia”. Esta nueva exhortación tiene un aire de familia con respecto a las anteriores: recoge la riqueza de los trabajos sinodales producto del diálogo y discernimiento de los episcopados locales. En este caso, el Sínodo para la Amazonia, considerada una reserva ecológica fundamental del planeta (su “corazón”). Por eso el documento, aunque habla de una región concreta, se dirige a todo el mundo para despertar el afecto, la preocupación y cuidado por esta parte esencial de la tierra.
El texto está estructurado en cuatro capítulos y 111 párrafos. En ellos se expresan cuatro grandes sueños que la Amazonia inspira al Papa: “sueño con una Amazonia que luche por los derechos de los más pobres, de los pueblos originarios, de los últimos, donde su voz sea escuchada y su dignidad sea promovida; sueño con una Amazonia que preserve esa riqueza cultural que la destaca, donde brilla de modos tan diversos la belleza humana; sueño con una Amazonia que custodie celosamente la abrumadora hermosura natural que la engalana, la vida desbordante que llena sus ríos y sus selvas; sueño con comunidades cristianas capaces de entregarse y de encarnarse en la Amazonia, hasta el punto de regalar a la Iglesia nuevos rostros con rasgos amazónicos” (n.7). En pocas palabras, un sueño social, cultural, ecológico y eclesial.
Dos claves fundamentales de lectura son: por un lado, el concepto “sueño” que, como se sabe, es lo que confiere sentido a la vida de una persona y de una comunidad (lo que nos mueve son los sueños, aquello que todavía no es pero que puede ser); por otro, el concepto de “encarnación” que en la espiritualidad cristiana consiste en estar solidariamente en el mundo de los débiles, pobres y oprimidos. La exhortación es enfática al decir que, “todo lo que la Iglesia ofrece debe encarnarse”: La predicación, la espiritualidad y las estructuras de la Iglesia (n.6).
Ahora bien, en lo que atañe al sueño social, se plantea la necesidad de una Amazonia “que integre y promueva a todos sus habitantes para que puedan consolidar un ´buen vivir´. Pero hace falta un grito profético […] que escuche tanto el clamor de la tierra como el clamor de los pobres” (n.8). En ese contexto el Papa afirma que es necesario indignarse ante el mal (n.15). Hay que llamar a las cosas por su nombre: injusticia, crimen, arbitrariedad, abuso de poder, corrupción. Sin excluir a los miembros de la Iglesia que puedan estar involucrados en ese tipo de hechos (n.25).
En la línea del sueño cultural, el propósito es promover la Amazonia. Pero la exhortación deja muy claro – consciente de los horrores del pasado – “que esto no implica colonizarla culturalmente, sino ayudar a que ella misma saque lo mejor de sí […]: cultivar sin desarraigar, hacer crecer sin debilitar la identidad, promover sin invadir…” (n. 28). El Papa habla de un verdadero encuentro, no de un encontronazo cultural. Por tanto, su propuesta está orientada a un encuentro intercultural, muy distinto “a un indigenismo completamente cerrado, ahistórico, estático, que se niegue a toda forma de mestizaje” (n.37).
El sueño ecológico está asociado a la sabiduría de los pueblos originarios de la Amazonia que, “inspira respeto y cuidado por la creación, prohibiendo su abuso” (n,42). En esta cosmovisión, “abusar de la naturaleza es abusar de los ancestros, de los hermanos y hermanas, de la creación, y del Creador, hipotecando el futuro” (n.42). Hay pues, conciencia de los límites y posibilidades. Por eso se plantea que “no habrá una ecología sana y sustentable, capaz de transformar algo, si no cambian las personas, si no se las estimula a optar por otro estilo de vida, menos voraz, más sereno, más respetuoso, menos ansioso, más fraterno” (n.58). Estamos ante la ética del cuidado que proclama que se cuida lo que se ama y se ama lo que se cuida.
Finalmente, el sueño eclesial de unir Evangelio y cultura. Hacer carne el primer anuncio (kerigma) que proclama un Dios que es amor, un Cristo que libera y que vive hoy entre nosotros (n. 64). En esta línea la exhortación señala que, “para lograr una renovada inculturación del Evangelio en la Amazonia, la Iglesia necesita escuchar su sabiduría ancestral, volver a dar voz a los mayores, reconocer los valores presentes en el estilo de vida de las comunidades originarias, recuperar a tiempo las ricas narraciones de los pueblos” (n.70). Esa inculturación, por tanto, debe ser social, espiritual, litúrgica y ministerial.
Respecto a los temas polémicos: ordenar sacerdotes a hombres casados de la Amazonía y otorgar el diaconado a las mujeres que desempeñan un papel central en esas comunidades, se plantean respuestas no del todo satisfactorias. En el numeral 89 se habla de fortalecer el protagonismo de los laicos “que podrán anunciar la Palabra, enseñar, organizar sus comunidades, celebrar algunos sacramentos…”. Pero en el siguiente párrafo se exhorta a todos los obispos a promover la oración por las vocaciones sacerdotales y orientar la vocación misionera hacia la Amazonia.
En el número 99 se habla que “durante siglos las mujeres mantuvieron a la Iglesia en pie en esos lugares con admirable entrega y ardiente fe”. Y en el numeral 100 se dice “que clericalizar a las mujeres disminuiría el gran valor de lo que ellas ya han dado y provocaría sutilmente un empobrecimiento de su aporte indispensable”. Sin duda que estos temas requerirán una respuesta más coherente con el espíritu del documento, que abra espacio a dos sueños más de carácter eclesial: el de una Iglesia que no excluya a la mujer de ningún ministerio o sacramento y el de una Iglesia que potencie la primera y fundamental consagración: el bautismo.
(*) Profesor del Instituto Hispano de la Escuela Jesuita de Teología (Santa Clara University) y de la Escuela de Liderazgo Hispano de la Arquidiócesis de San Francisco. Docente jubilado de la UCA
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