lunes, 13 de julio de 2020

Cardenal Pedro Barreto: «Seguir igual que antes sería un suicidio»

Cardenal Pedro Barreto, durante un evento desarrollado en Roma en el contexto del Sínodo de la Amazonía. Foto: Guilherme Cavalli - REPAM

Cardenal Pedro Barreto, durante un evento desarrollado en Roma en el contexto del Sínodo de la Amazonía. Foto: Guilherme Cavalli – REPAM

Por: Beatriz García Blasco

12:00|12 de julio de 2020.- Mientras el mundo, y especialmente Europa, trata de ubicarse en una nueva normalidad, Latinoamérica intenta despertar para reponerse del duro golpe social y económico que está suponiendo la pandemia. Brasil, Perú y Colombia son los países más afectados. Lugares donde la enfermedad no solo provoca pérdidas, sino hambre con millones de familias sumidas en la pobreza y, literalmente, sin un pan que llevarse a la boca. Sobre esta realidad y, a la vez, sobre el nacimiento de la Conferencia Eclesial Amazónica dialogamos, desde Perú, con el cardenal Pedro Ricardo Barreto Jimeno, SJ, arzobispo de Huancayo y vicepresidente de la Red Eclesial Panamazónica (REPAM).

¿Por qué el virus está golpeando tan fuerte a Latinoamérica?

Bueno, en realidad también en Europa han tenido momentos muy fuertes y están en un proceso de salida preocupante. América Latina tiene a favor ser un pueblo muy aguerrido, con gran fortaleza de espíritu, a pesar de las limitaciones que, por supuesto, son muchas. Esto se está traduciendo en una dinámica muy fuerte de contagios, sobre todo en Brasil y en Perú. Aquí estamos muy obligados a cuidar, en paralelo, tanto la vida como nuestro entorno natural. Estas circunstancias necesariamente deben pasar por una propuesta integral de solución. Tenemos que ir aprendiendo de nuestros errores, pero siempre buscando caminos de solución integral a esta pandemia. Esta experiencia es única, inédita para todos y, por tanto, la solución también debe ser global. Ahí está el gran desafío. Sin duda, cada uno en momentos de desesperación quiere salvarse, él solo. Creo que la mejor manera de vivir esta dolorosa experiencia es caminar juntos para buscar juntos la solución y arribar a conclusiones que impliquen una acción integral.

Los Estados latinoamericanos, ¿están buscando, y hallando, esos caminos y soluciones?

Bueno, no solamente los Estados de América Latina, sino a nivel mundial, creo que todos están preocupados por las consecuencias que trae la pandemia y están dictaminando medidas que, considero, se toman con buena voluntad, porque es una situación inédita. Por ejemplo, en Perú somos costa, sierra y selva. Son realidades e incluso caracteres muy diversos. Aquí, en algunos sitios donde la pandemia estaba muy fuerte hace tres semanas, ahora están saliendo lentamente del contagio exponencial, pero sin embargo hay diez u once regiones, como es Junín, donde yo me encuentro, donde estamos viviendo ahora la mayor subida de contagios y donde están colapsando los servicios de salud. Creo que los Estados están respondiendo a lo inmediato, máximo están pensando de aquí a tres o cuatro meses. Pero la pregunta es, ¿qué va a pasar con el Perú, con América y el mundo cuando pase la pandemia?

Es lo que todos nos preguntamos, ¿cierto?

Sí, es lo que nos preocupa a todos, porque da la impresión de que esto es un accidente que estamos viviendo y que todo va a seguir igual que antes, pero seguir igual que antes sería un suicidio. Sería volver a una situación consumista en un sistema tecnocrático. Lógicamente la tecnología tiene cosas muy positivas, pues la comunicación virtual está ayudando en la vida familiar y social, pero el sistema económico imperante que, ya antes de la pandemia, el Papa Francisco afirmó con claridad es un sistema que excluye, que mata, que realmente pone en primer lugar el lucro por encima de la dignidad de la persona humana, y debe cambiar. Esta es mi preocupación personal. Por esto es que el Papa Francisco, al hablar del plan para resucitar, nos habla de una mirada a mediano y largo plazo que nos permita responder a los grandes desafíos de cambio, no solo de las personas, sino un cambio estructural para que la solidaridad, la justicia y la prioridad de la persona en su desarrollo humano integral sean la luz, la guía.

Campaña de atención en el río Napo, en el marco de la emergencia sanitaria. Foto: Ginebra Peña

Campaña de atención en el río Napo, en el marco de la emergencia sanitaria. Foto: Ginebra Peña

En este «volver a nacer» hay quienes piensan que nada cambiará y quienes aseguran que sí, que esto nos hará mejores. ¿Qué opina?

Nuestra fe es optimista, de por sí, como el Papa indica al citar el Evangelio de Mateo, cuando Jesús salió al encuentro de las mujeres que lloraban en el sepulcro y les dijo: «¡Alégrense!». Esta afirmación de Jesús puede, como dice el mismo Papa, llamar la atención. ¿Cómo se puede decir «alégrense» cuando estamos sumidos en la enfermedad, en la angustia, en la desesperación, en la muerte de seres queridos? Desde nuestra fe es ponernos en el camino de Jesús, el Resucitado. Por eso, esas mujeres descubrieron el sepulcro vacío y se toparon con este ángel. «Alégrense» quiere decir que Jesús sale al encuentro de una realidad muy dura que vivimos y dice «alégrense». Esto no significa cerrar los ojos ante una dificultad tan seria. Afirmamos con mucho dolor que este encuentro de transformar el sufrimiento en alegría, consolar a esas mujeres, es la experiencia de Jesús que hoy nos dice lo mismo.

¿Cuál está siendo el papel de la Iglesia en Latinoamérica?

En un primer momento hubo una situación de desconcierto, y hablo de mi propia experiencia, porque creíamos que en 15 o 30 días todo iba a pasar, pero llevamos casi cuatro meses. Todo nos tomó de sorpresa y, cuando nos dimos cuenta, reaccionamos a través del uso adecuado de los medios de comunicación social, a través de las redes. Ahora, cuando uno ve esas redes sociales, se contagia fundamentalmente de mensajes de esperanza, de la iluminación de la Palabra de Dios. Creo que no son pocos los que dicen que la Iglesia en América Latina hemos despertado al uso adecuado para la transmisión evangelizadora de la Palabra de Dios y de las eucaristías, aunque sea de manera virtual. No es lo mismo que las celebraciones presenciales, no podemos acostumbrarnos a esto, pero sí tenemos este gesto muy importante de despertar. Y sí, también hemos despertado de una manera mucho más corporativa como Iglesia, para ver, escuchar y actuar sobre la realidad sufriente del pueblo. Así como hay una emergencia sanitaria ha surgido, por este aislamiento, una emergencia humanitaria. Hay familias angustiadas no solo por la enfermedad, sino por el hambre, por la falta de alimentos. El pan nuestro de cada día se hace un sufrimiento mucho más real. Es una súplica a Dios y a todas las personas de fe en Cristo y de buena voluntad, una súplica de poder compartir lo poco o mucho que podamos tener para saciar el hambre de pan y saciar el hambre del Espíritu que hace falta hoy en el mundo.

¿Es este un momento idóneo para redescubrir a la Iglesia misionera y misericordiosa?

Claro, concuerdo plenamente con el camino misionero de la Iglesia que, en estos momentos de emergencias, se está viendo reimpulsado. Una Iglesia discípula, misionera de Cristo, para iluminar con la Palabra las realidades emergentes de las poblaciones, especialmente de la Amazonía. En lo personal, en estas semanas estoy viviendo un tiempo muy especial de gracia de Dios porque integro el equipo promotor de la Conferencia Eclesial de la Amazonía que se oficializó el 29 de junio como fruto maduro del proceso que se vivió desde la preparación del Sínodo para la Amazonía. La propuesta era buscar nuevos caminos para la Iglesia y para una ecología integral. En esa línea, esta Conferencia Eclesial Amazónica es un regalo para la Iglesia universal y para la Iglesia de la Amazonía, pues va a coordinar los esfuerzos de la Iglesia de nueve países amazónicos y va a ser eclesial porque no solo va a ser de obispos, sino también de sacerdotes, religiosas y laicos de las poblaciones indígenas. De veras, es motivo de alegría profunda.

¿Qué objetivos se marca la Conferencia Eclesial de la Amazonía?

La novedad es que es de nueve países. En el mundo hay conferencias de cada país y todas son episcopales, es una asociación de los obispos. También hay consejos de obispos de un continente, como es el caso del CELAM, pero son consejos. La otra característica es que sea eclesial, para escuchar a todos. Por eso desde el proceso de conformación participan laicos con voz y, más adelante, con voto. También sacerdotes y obispos. Aquí hay una expresión eclesial que es la gran novedad de una estructura de la Iglesia. Es el pueblo de Dios jerárquicamente organizado, los obispos somos los pastores y estamos a su servicio para escuchar la voz de la tierra, de las poblaciones y escuchar también a Dios que nos pide que trabajemos unidos y caminemos juntos, para poder realizar nuestra misión evangelizadora.

El objetivo parte desde su concepción misma, pues está focalizada en una región amazónica, con 7,5 millones de kilómetros cuadrados, donde viven 33 millones de personas y, de ellas, tres millones de hermanos y hermanas de etnias amazónicas, con diferentes lenguas. Personas que a través de los siglos han cuidado, protegido y han hecho crecer la biodiversidad de este gran bioma. Por tanto, la finalidad es hacer que la Iglesia, que no tiene fronteras, pueda unir los esfuerzos en este gran espacio geográfico que es una bendición de Dios. Unir esfuerzos para su cuidado y, al mismo tiempo, para fortalecer el proceso evangelizador. 

Cardenal Barreto, junto al Papa Francisco y una representante indígena de Brasil durante el Sínodo de la Amazonía. Foto: Guhilerme Cavalli.

Cardenal Barreto, junto al Papa Francisco y una representante indígena de Brasil durante el Sínodo de la Amazonía. Foto: Guhilerme Cavalli.

A pesar de que casi todo se ha parado, la Iglesia ha seguido activa. Un ejemplo, esta Conferencia Eclesial Amazónica. ¿Qué significa nacer en este contexto?

A la luz del Concilio Vaticano II la Iglesia quiere poner en práctica la espiritualidad sinodal. El sínodo viene desde el principio de la Iglesia, y el Concilio Vaticano II lo pone como un modo de vivir nuestra fe en sinodalidad, caminando juntos, siempre en movimiento. No olvidemos que Jesús envía a sus apóstoles para que anuncien el Evangelio a toda criatura, es un Jesús que pone en movimiento esta dinámica del Evangelio y que nos pide seguir caminando juntos y, de manera especial, comenzar por aquellos que están más excluidos, como son las poblaciones amazónicas. Eso lo vemos, por ejemplo, en Brasil cuando las orientaciones económicas y sociales no toman en cuenta la realidad de los pueblos originarios que durante muchos siglos han enriquecido con sus culturas el cuidado de la vida y de la tierra. También pasa en el Perú, donde las poblaciones indígenas de la Amazonía son minoritarias y, a pesar de ser históricamente excluidas, la Iglesia las ha incluido y las está haciendo protagonistas de su proyecto de renovación. Todo a través de la sinodalidad, comenzando desde los más pobres. Cuando a Jesús le preguntan: «¿Cómo es esto del reino de los cielos?», Jesús responde que los pobres son evangelizados, y por eso al escoger a sus apóstoles la mayoría son los últimos, los pescadores, los incultos, los que no tienen poder, los que viven al día. Jesús los escoge para hacer el inicio de su Iglesia porque está fundamentada en el espíritu de Dios, de caminar juntos desde los más pobres.

¿Qué mensaje da a las personas que están sufriendo sin tener siquiera un pedazo de pan?

Que miren a Jesús resucitado, pues Él pasó por las mismas situaciones. Pasó por las situaciones más humanas de dolor, de tortura, de sufrimiento, de soledad y de abandono. Lo trataron como el peor de los delincuentes. Su autoridad es que Él nos amó hasta el extremo y eso supone sufrimiento. Mirar a Jesús es mirar a alguien que nos acompaña, cuando nos dice «no los dejaré solos, volveré a recogerlos, aquel que muere creyendo en mí vivirá para siempre». El otro mensaje es que tenemos que trabajar juntos para cuidar este don maravilloso de la vida. La muerte ha sido vencida por la resurrección de Jesús y todos los creyentes participamos de nuestro bautismo. Como dice el apóstol Pablo, hemos sido sepultados por nuestro bautismo en la muerte de Jesús y, si morimos, morimos con Jesús, en Jesús, para vivir una vida nueva. Esa es la esperanza. La otra esperanza, ya más social, o socio-ambiental es que estoy pidiendo a Dios que ilumine las mentes de los políticos y los empresarios que tienen el poder económico, y que se han dado cuenta de que esta pandemia no es solamente para los pobres, aunque sí la incidencia es mayor para ellos, sino que es para todos, pobres y ricos. Que se convenzan que debemos buscar un nuevo modelo de desarrollo económico alternativo al actual, que ponga a la persona en primer lugar, así como la lucha contra el cambio climático que sigue afectando gravemente al mundo.

El COVID-19 ha relegado a segundo plano el debate en torno al cambio climático, ¿no?

Así es. Ahora nadie habla de este problema. Hace unos días leía un artículo de una ciudad en el círculo polar ártico, que es la más fría del mundo, donde antes había 20, 30 y hasta 60 grados bajo cero, pero hace unos días tenía 38 grados de calor. Los científicos están muy preocupados. Y nadie habla de esto que va a causar un efecto muy nocivo al mundo, empezando por el incremento de la desnutrición. En resumen, creo que son tres aspectos: mirar a Jesús, mirar a la humanidad y mirar nuestra creación. Son las tres dimensiones que toda persona, creyente o no creyente, tiene. La dimensión trascendente, que es Dios para nosotros; nuestra relación como hermanos de una sola familia, sin distinción de razas ni culturas; y nuestra dimensión del compromiso de cuidar la creación y luchar juntos contra los efectos del cambio climático, cuyas causas son la irresponsabilidad de la humanidad y la extracción irracional de los recursos que Dios regaló para todos.

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Texto publicado originaralmente en: https://www.revistaecclesia.com/cardenal-pedro-barreto-seguir-igual-que-antes-seria-un-suicidio/

Centro Amazónico de Antropología y Aplicación Práctica – CAAAP

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