Es sorprendente la decepción. Es asombrosa esta novel desesperanza. Es entendible en Greta y en los jóvenes que van por primera vez a una COP. Era tal vez esperable en quienes recién comienzan a seguir el proceso de la Convención y llegaron a Madrid con el anhelo fabricado por los Obsecuentes Vendedores de Ilusiones. Pero si se mira en perspectiva es relativamente fácil conjeturar que no se puede esperar de la Convención un acuerdo que salve a la humanidad de un cambio climático que será devastador.
Pero siempre todo parece empezar casi de cero, como si no hubiera historia o el pasado fuera solo aquello tan reciente. Dicen que esta fue la COP más larga de la historia. Se olvidan de la COP 6 que empezó en La Haya el 13 de noviembre de 2000 y terminó el 27 de julio de 2001 en Bonn. Esa sí que fue larga. De la misma manera hubo varias tan desesperanzadoras y fracasadas como esta. La mayoría en realidad.
¿De verdad alguien cree que lo no pudo resolverse hace cuatro años cuando se firmó el Acuerdo de París, podía resolverse ahora? ¿Qué cambió en ese tiempo? Aquél acuerdo se firmó bajo un supuesto poco creíble: que todos los países iban a hacer voluntariamente un esfuerzo que no habían hecho hasta ese entonces tras 23 largos años de penosas y malogradas negociaciones. Y no lo habían hecho mientras los desastres climáticos arrasaban poblaciones enteras, muchas de ellas en los países más reacios a reducir emisiones.
¿De verdad pensaron que podía haber un acuerdo sobre los mercados de carbono? Y además ¿que fuera efectivo para solucionar los problemas del clima? ¿Se olvidaron de lo que costó este tema durante el Protocolo de Kioto y los Acuerdos de Marrakech? ¿Se olvidaron del desastre que resultaron esos mecanismos, que permitieron a Rusia vender toneladas de aire caliente para que Europa pudiera cumplir con sus compromisos de Kioto? ¿Se olvidaron de cómo los países del sur pudieron aumentar sus emisiones y hacer cualquier desastre ambiental aplicando un Mecanismo de Desarrollo Limpio corruptible por todos sus costados?
Nada de eso fue porque sí. No es que algo salió mal. No hubo imprevistos. Todo lo que pasó fue adelantado en su momento, por varios analistas que hacían un seguimiento muy documentado sobre los riesgos de los acuerdos que se estaban firmando. Pero también por algunas delegaciones nacionales que tuvieron el coraje de denunciarlo: aquellas cuyos países tenían mucho para perder con el cambio climático y muy poco para ganar con los mercados de carbono.
El mercado de carbono es uno de los temas cruciales porque para los países desarrollados es una forma de cumplir con sus compromisos de apoyo financiero a la vez que obtienen beneficios al poder descontar de sus propios inventarios las reducciones compradas a terceros. Para los países en desarrollo la obligación ya adquirida por los países desarrollados de reducir antes que nadie sus emisiones y además entregarles dinero para compensar los daños causados, son un arma incomparable en la competencia económica internacional. ¿Alguien puede imaginar a India, China o Brasil cediendo ese derecho ganado?
Alguien puede pensar que es el destino de la humanidad el que está en juego y cifrar sus esperanzas en que consecuentemente los gobiernos adoptarán decisiones acordes. Sin embargo es difícil encontrar en la historia un líder de una potencia o imperio que se haya preocupado alguna vez por algo parecido al destino de la humanidad antes que el propio. Pero en fin, cada uno es libre de poner sus esperanzas donde mejor le parezca.
Sin embargo, más allá de las voluntades particulares de los estados, la razón principal por la que no es posible pedirle peras al olmo, está en el propio texto fundacional de la Convención. A todos los que tienen alguna esperanza en estas negociaciones internacionales les sugiero leerla, antes de juzgar los resultados de cualquier COP. Una de las principales condiciones para alcanzar cualquier consenso en una decisión, es que ésta promueva el desarrollo. Ninguna acción o medida que se tome para frenar el cambio climático debe detener el crecimiento económico. Es así de literal.
Y esto no es posible, como ya deberíamos haberlo aprendido. Toda la economía global está aceitada por un constante y creciente flujo de combustibles fósiles que al día de hoy, a casi 30 años de la firma de la Convención representa el 85% del abastecimiento energético del mundo. ¿Alguien cree de verdad que la mayoría de los gobiernos del planeta se pondrán de acuerdo para cortarle las venas al desarrollo? ¿No sería una hipótesis más plausible pensar que tratarán de mantener su riqueza, su poder, su pequeño pero finalmente único y subjetivo lugar en el mundo, a cualquier precio?
Suele ponerse la esperanza en la gente, en ganar la conciencia de las personas al punto que la presión ciudadana sea capaz de forzar un cambio en las posiciones de los gobiernos ante las negociaciones. Es probable, pero también si la gente fuera “consciente”, en los términos en que sugiere la expresión, estaríamos en otro mundo. Pero estamos en este. Y a la gente no le gusta mucho lo del cambio climático pero mucho menos le gusta quedarse sin trabajo, así por lo menos podrá comprarse un bote cuando sea necesario.
No es una visión pesimista. Es el daño en los ojos que causa leer tantos informes, documentos y declaraciones de la Convención de Cambio Climático a lo largo de los años. Es la acumulación en la retina de generaciones de Gretas que se desgañitan a las puertas de las COPs como si fueran la primera generación que no es escuchada. Es la repetición hasta el hastío de los mismos discursos, las mismas declaraciones finales, los mismos aplausos, los mismos titulares en las noticias: “la COP se cerró con un llamado urgente a hacer mayores esfuerzos, el tiempo se acaba”. Hace rato que se acabó el tiempo. Por ahí andan Cassandra y sus amigos advirtiéndolo a todo el mundo, pero por una maldición de algún dios que seguramente cotiza en bolsa, nadie les cree.
En cambio sí confían en los Fabricantes de Utopías Creíbles que anuncian que se puede crecer usando menos energía o que se puede seguir consumiendo la energía que requiere el desarrollo sin emisiones. Y nunca faltan los Agoreros de la Ruina Infinita que alertan a todo quien pueda oírlos sobre los males que recaerán sobre nosotros si se detiene el crecimiento. En fin, cada uno pone sus creencias donde puede.
Pero no deja de ser curioso que año tras año lleguemos a diciembre con la misma cara de desamparo, esperando de la Convención de Cambio Climático algo que ella no puede dar porque nació bipolar, con objetivos contradictorios entre sí: reducir emisiones y a la vez no parar de crecer. No hay otro espacio de negociación internacional para el cambio climático; es verdad. Pero no esperemos que el olmo de peras.
-Gerardo Honty es analista de CLAES (Centro Latino Americano de Ecología Social)
https://www.alainet.org/es/articulo/203880
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