martes 14 de noviembre de 2017
Hace poco fui a jugar boliche con mi hijo. Tenía bastante tiempo sin ir a este pasatiempo que en mi infancia y juventud acaparó buena parte de mi tiempo. Me llamó la atención un pequeño detalle, de esos que son para la ciencia como una gota de sangre, contienen, en su secreta estructura, los datos esenciales para conocer la salud de un individuo. Tuve que pagar por adelantado. Toda mi vida había asistido a establecimientos similares donde primero juegas y luego pagas. No esta vez. Aunque presagiaba la respuesta, le pregunté al encargado el motivo del cambio. Efectivamente, muchas personas se van sin pagar luego de haber jugado. Sin duda es una muestra de la degradación ética que ha sufrido el país en las últimas décadas. La palabra, el compromiso de cumplir, ya no se respeta como antes.
El lenguaje es la extensión de la conciencia social. Si se rompe el compromiso de palabra, está fracturada de raíz la materia prima que amalgama el capital social de una comunidad, la confianza. Para muchos, la palabra era un signo mucho más fuerte y comprometedor que una firma autógrafa, precisamente porque la única prueba era, ante la inexistencia de un papel firmado, el trato hecho de boca a boca, sin testigos. Cuando no hay un elemento coercitivo de por medio, la voluntad de cumplir engrandece al obligado. Dar la palabra equivalía, en otros tiempos, a empeñar lo más preciado, incluso más que la vida misma: el honor. Quien honra su palabra está diciendo que no necesita de una prueba en papel, que su honor es más fuerte que su firma, y su nombre un sello de orgullo para su descendencia.
¿Pero hoy en día, quién habla de cuidar el honor? Parece una palabra tan fuera de época que no es de extrañar que las nuevas generaciones no sepan su significado.
Una de las máximas expresiones en donde la ciudadanía muestra su descontento y frustración con la clase política es cuando ésta no cumple su palabra. Prometer sin cumplir es una epidemia moral en un país que demanda precisamente lo contrario. Desde las grandes promesas políticas en campaña hasta la cotidiana impuntualidad de quien dice “ya estoy llegando” pero no es cierto, la mentira corrompe a toda la sociedad, una, la mexicana, caracterizada en buena medida por la simulación, la máscara, la intención de decir sin la voluntad de cumplir, la realidad que nunca es lo que uno cree que es sino lo que el otro termina decidiendo. Esta incertidumbre es un precipicio social donde ningún futuro es viable.
Necesitamos no un nuevo sistema político sino un nuevo sistema cultural que como consecuencia genere un nuevo sistema político. Esta renovación cultural debería implicar el rescate de la palabra como moneda de cambio, como divisa moral preciada, para significar que quien no tiene palabra nada tiene. Llegar ahí implica volver a las bases que alguna vez funcionaron, la impartición obligatoria de la ética y el civismo en momentos clave de la educación.
Philip Zimbardo en “El efecto Lucifer”, ha llegado a una conclusión con la que estoy de acuerdo: las sociedades decadentes requieren la exaltación de un nuevo heroísmo que honre la conducta deficitaria en una comunidad. Si todos roban, héroe será quien no roba, si todos mienten, héroe será quién dice la verdad. Necesitamos héroes de la palabra, difundir entre nuestros niños y jóvenes (principalmente) historias donde alguien como ellos, ante la posibilidad de hacer “lo que todos hacen”, decidieron hacer lo contrario, decidieron cumplir su palabra cuando hubiera sido muy fácil no cumplir y no tener consecuencias.
La defensa de la palabra es nuestra última frontera en la guerra contra una metástasis que todo corroe y termina por aniquilar. Si logramos recuperar el sentido de honor que conlleva la palabra empeñada habremos dado un gran paso en la recuperación social de México.
Les doy mi palabra.
@Eduardo_Caccia
Licenciado en Administración de Empresas y estudios en análisis literario, Eduardo ha sido profesor en la Universidad Panamericana, y la Universidad de San Diego, en la Oficina de Educación Corporativa y Profesional. Ha escrito cientos de artículos sobre marcas y temas de código cultural en la revista Expansión, los periódicos Reforma, Mural, El Norte y La Jornada.
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