Por James Jeffrey
“Una noche le preparaba la cena a mi marido y una hora después de regresar del trabajo, me echó de casa”, relató Zahala Shekabde, una somalí casada con un oromo. “Le rogué, le dije que lo amaba y que no tenía nada más, pero dijo que no me quería escuchar y que me tenía que ir a otro lado o me lastimaría”, continuó.
Zahala se fue sin nada, salvo tres hijos de un matrimonio anterior, pues su esposo no le dejó llevarse al menor, que también era hijo suyo.
Otros desplazados como Zahala, de la región de Oromía en Etiopía, dicen que no saben qué pasó ni recibieron explicación, salvo de los otros oromos y de algunos funcionarios que les explicaron que era una venganza por lo ocurrido a la comunidad oromo en Jijiga, capital de la región Somalí.
Más de 50.000 oromos huyeron de la región Somalí, aunque las autoridades de esa región y de Oromía debaten si el número abarca solo a esa región o a todo el Cuerno de África, pues esa comunidad también se fue de Yibuti y de Somalilandia, donde dos etíopes fueron asesinados en la capital de Hergeisa.
El toma y daca de violencia étnica y las expulsiones se dispararon tras las protestas de oromos del 12 de septiembre de este año en el pueblo de Aweday, entre las ciudades de Harar y Dire Dawa, cerca de esta frontera entre ambas regiones etíopes.
Los enfrentamientos dejaron 18 personas muertas, según datos oficiales, la mayoría comerciantes somalíes de khat, una planta que al masticarla tiene efecto estimulante.
Somalíes que huyeron de Aweday dijeron que había cerca de 40 personas muertas.
Tras lo ocurrido en ese pueblo, el gobierno de la región Somalí comenzó a expulsar oromos de Jijiga y de la región. Según las autoridades, la medida es por la seguridad de esa comunidad. También aseguraron que ningún oromo falleció como resultado de la violencia étnica en la región, una afirmación cuestionada por los oromos desplazados.
“Mi esposo estaba enfermo en casa cuando me fui para casa el 20 de septiembre”, recordó Fateer Shafee, de una aldea vecina de Jijiga.
“Luego recibí una llamada suya diciéndome que volviera a buscar a los niños porque había un conflicto cerca. Cuando regresé, encontré a los niños, pero habían quemado nuestra casa con mi marido adentro. Todo el mundo corría y no pudieron sacarlo”, relató.
En los numerosos campamentos que se crearon y en los edificios acomodados para recibir a las personas desplazadas, tanto oromos como somalíes cuentan las mismas historias de violencia étnica a manos de las fuerzas de seguridad de ambas regiones, a la vez que presentaron heridas físicas, derivadas de la violencia.
Por su parte, ambos gobiernos locales sostienen que la policía no participó de esa conspiración maquiavélica.
A escala federal, llueven acusaciones al gobierno por no hacer nada o por hacer la vista gorda y hasta por ser cómplices. Otra opción, es que simplemente no tenga la capacidad de hacer frente a una situación de violencia generalizada.
“Es muy difícil decir si hubo omisión o encargo en todos los niveles”, indicó el director de una organización humanitaria internacional en Etiopía, quien pidió reserva de su identidad.
La dimensión de lo ocurrido se hace evidente 80 kilómetros al este de Dire Dawa, en la frontera con la región Somalí, donde se crearon dos grandes campamentos de desplazados somalíes al abrigo de las montañas Kolechi.
En el campamento más viejo hay 5.300 hogares somalíes, que tienen entre seis y 10 integrantes, desplazados por una mezcla de la sequía y de la violencia étnica desde 2015. En el más nuevo, hay 3.850 hogares de personas desplazadas por los últimos episodios de violencia.
“Son policías uniformados que dejan un baño de sangre”, aseguró un somalí del campamento.
Otro hombre tuvo que huir de la zona de Bale, en Oromía, cientos de kilómetros al sudoeste, dijo que quedaron 500 hogares somalíes bajo acoso constante.
“Son agricultores ricos y los atacan todos los días”, explicó.
“Los oromos le dicen a los soldados etíopes un día una cosa y luego hacen otra, es el peor ejemplo de conflicto, pues los agricultores están totalmente aislados y rodeados, y no tienen cómo escapar”, añadió.
Los residentes del campamento se levantan la ropa para mostrar viejas heridas de bala, cicatrices y lesiones de quemaduras, huesos rotos que nunca sanaron y más.
Numerosos somalíes dijeron que sobrevivieron gracias a la intervención de soldados de la Fuerza de Defensa Nacional de Etiopía, pero no fue suficiente para que pudieran quedarse o regresar.
“Si el gobierno federal manda fuerzas para mantener la paz, se quedan una semana o un mes y luego se van y vuelve a pasar”, aseguró un somalí desplazado. “No podemos arriesgarnos a quedarnos”, acotó.
Oromía y Somalí son las dos regiones más grandes del país y comparten una frontera de más de 1.400 kilómetros. La mayoría concentra la mayor proporción de habitantes etíopes con 35 millones de personas, algo que no pasa desapercibido para los otros grupos étnicos, en especial los 6,5 millones de somalíes.
Los enfrentamientos étnicos entre ambas regiones y en las zonas rurales no son nuevos y pueden remontarse a problemas sociales y tensiones que siguen existiendo desde la guerra etíope-somalí de los años 70 y aún más atrás, cuando la inmigración oromo.
Pero en las ciudades, las violencia es más rara. A muchas personas les sorprende este último estallido porque son comunidades que están integradas desde hace siglos, siendo común el mestizaje y los matrimonios mixtos.
En 2004, un referendo para decidir el destino de más de 420 kebeles fronterizos, la menor unidad administrativa de Etiopía, le dio 80 por ciento de ellos al Oromía, lo que llevó a miles de somalíes a abandonar las áreas por temor a las represalias.
El referendo todavía no se aplicó, lo que lleva a algunas personas a pensar que puede ser uno de los motivos del actual enfrentamiento, así como la sequía actual, que agobia a las pasturas y los recursos, pero su incidencia es solo hasta cierto grado.
“Ya hubo sequías antes y no hubo violencia”, señaló el administrador de unas de las regiones muy afectadas por ese problema. “El principal motivo es político y está escondido, todo esto fue hecho por el hombre”, acotó.
El sistema federal de Etiopía da poder a los estados, lo que supone un problema para el gobierno central a la hora de proteger los derechos constitucionales, en especial de las minorías, pues las regiones presionan cada vez por mayor autonomía.
Traducido por Verónica Firme
No hay comentarios:
Publicar un comentario