Fiesta de San Ignacio de Loyola
(Lima, 31 de julio de 2018)
Deuteronomio 30, 15-20
1ª Timoteo 1, 12-17
Lucas 9, 18-26
Homilía de Mons. Pedro R. Barreto Jimeno, S.J.
Arzobispo de Huancayo –
Cardenal de la Iglesia Católica
Para mí
es un
privilegio presidir la Eucaristía en este querido templo que está consagrado con el
título de los apóstoles Pedro y Pablo. Nací
muy
cerca de aquí, en la
esquina de los jirones Azángaro y Miró Quesada. Mis padres, Pedro (murió a los 44
años de edad) y Elvira cuidaron de cada uno de sus seis hijos. Desde pequeños
contamos con el valioso apoyo de tres
tías solteras (hermanas
de mi padre) que vivían
con nosotros y nos pusieron en contacto con los jesuitas y con
esta Parroquia. Fui bautizado por el Padre Bautista, serví como acólito en mi niñez y descubrí los signos
iniciales de mi llamado del Señor a la Compañía de Jesús. Recuerdo con mucho
cariño y gratitud al Hno. Iñaqui Elorza, a los Padres José
Torrijos, Martín Urrutia, José
Vicente y Pablo Vásquez entre otros.
Desde los seis años de edad
estudié en el Colegio de la Inmaculada, donde conocí a las Religiosas Siervas de San José y
a cuatro jesuitas
que después
fueron obispos: el Cardenal Augusto Vargas Alzamora, mi asesor
espiritual en los últimos años de la
secundaria; Mons.
Ricardo Durand,
Mons. Fernando Vargas
quien
me ordenó sacerdote y Mons. Luis Bambarén; también a los Hermanos Santos
García, Arándiga,
Arias, Pedro Sáiz y a los Padres Luchito Gámez,
Porfirio Martín, Ridruejo,
Mac
Gregor, Repullés, Lucho Benito, Bertrán de Lis…
La lista sería interminable si nombro a los compañeros que compartí en estos 57 años
en la Compañía de Jesús. De los cuales
17 los
he
vivido en el ministerio
episcopal en Jaén y Huancayo. Recuerdo que en este
templo, el 1° de enero del 2002, Mons. José María Izuzquiza, mi predecesor en el
Vicariato Apostólico de Jaén,
me
consagró Obispo. En su homilía –de manera profética y evangélica- me dijo: “Pedro, a partir de ahora te llamarán monseñor, excelencia… ¡no te lo creas! Jesús no ha venido a repartir dignidades, sino a compartir
su cruz que es la de la humanidad de hoy”
En este contexto personal, agradezco, con las palabras de Pablo: “a Cristo Jesús, nuestro
Señor, que me hizo capaz, se fió de mí y me confió este ministerio… vino al
mundo para salvar a los pecadores, y yo soy el primero” (Ga. 1,12 ss). Y así, ha querido que el Obispo de Roma, el Papa Francisco, me incluya en el
grupo de cardenales, asesores suyos inmediatos, para ampliar y profundizar
aún
más mi
servicio a Cristo en la Iglesia y desde ella a la humanidad.
Al ser creado cardenal he recibido el encargo del mismo Santo Padre Francisco de
tomar posesión de
la
Parroquia “san Pedro y san Pablo” en la Vía Ostiense en Roma, como signo de pertenencia al
clero romano y de comunión con el
papa Francisco. Ante este signo coincidente de la Providencia de Dios, esta noche
deseo reafirmar, mi
ligados en torno a estos dos
grandes apóstoles y
a esta muy
querida y entrañable Iglesia de san Pedro y san Pablo donde conocí a la Compañía de Jesús y me hizo pedir incesantemente el: “conocimiento interno de tanto bien recibido para que yo, enteramente reconociendo, pueda en todo amar
y servir a Dios”.
Sin embargo deseo resaltar esta noche un motivo de inmensa alegría al celebrar la fiesta de San Ignacio de Loyola, y conmemorar, al mismo tiempo, los 450 años de la
llegada de la Compañía de Jesús al Perú. Con mis hermanos jesuitas, religiosas y los laicos llamados a vivir su
compromiso
eclesial desde la espiritualidad ignaciana,
alabamos al Señor,
fuente de todo bien, por las innumerables gracias con que, a pesar de nuestras flaquezas y limitaciones,
ha bendecido a la Compañía de Jesús.
Nuestra acción de gracias va unida a un emocionado y fraternal recuerdo de las
generaciones de jesuitas
que han amado y
servido a nuestra patria, a sus culturas
y a su historia, en
justicia y dignidad, en servicio y
solidaridad. Esta es una gloriosa
herencia que nos compromete a tomar conciencia de una grave situación que vivimos en el
Perú: la corrupción generalizada.
Con el Papa Francisco afirmamos que “la corrupción es un proceso de destrucción que nutre
la
cultura de
muerte porque el afán
de poder y de tener no tiene límites. La corrupción no se combate con el silencio. Debemos hablar de ella, denunciar sus
males, comprenderla para poder mostrar la voluntad de hacer valer la misericordia sobre la
mezquindad, la belleza sobre la nada. Pidamos juntos -continúa el papa Francisco- para
que aquellos que tienen un poder material, político o espiritual no se
dejen vencer por la corrupción” (WWW.ELVIDEODELPAPA.ORG - NO A LA CORRUPCIÓN).
Ante este flagelo
de la
gran corrupción
no podemos eximirnos, todos los peruanos y
peruanas, de nuestra
responsabilidad personal y social de construir la paz; de salvar a
los
inocentes que son nuestros niños y jóvenes, igual
a los ancianos y a todos aquellos
que se
sienten “extraños” en su propia
tierra. No
podemos lavarnos las manos, como
Pilatos, y dejar que el poder del
mal destruya los valores de la peruanidad: la libertad e independencia “por la voluntad general de los pueblos y por la justicia de su causa que Dios defiende”.
Y aquí no puedo dejar de mencionar y agradecer el inspirado y valiente mensaje
que ofreció a la Nación el
pasado 28 de julio el Señor Presidente Constitucional de la República, Ingeniero Martín Vizcarra.
Ante la corrupción no podemos callar porque nos convertimos en cómplices; no basta
expresar la indignación mediante la
protesta;
estamos
llamados a presentar
propuestas de acción que incluyan la participación activa de todos los ciudadanos. Y usted,
Señor Presidente,
escuchó el clamor, sintió la indignación del pueblo peruano y
propuso acciones específicas para
consolidar una democracia participativa y vigilante que incluya la integridad moral, el fortalecimiento de las instituciones tutelares de la
Patria, el crecimiento económico con equidad, el desarrollo humano integral y
una auténtica descentralización administrativa del país para beneficio de todos.
Nuestra fe en Jesús, no nos quita a las personas creyentes y a las personas de buena
generosa colaboración con una prudente y eficaz vigilancia ciudadana
de todos los que conformamos la gran familia peruana.
Para nosotros los jesuitas el punto de referencia constante
del pasado, presente y
futuro de la Compañía de Jesús es san Ignacio de Loyola porque él vivió en un
contexto histórico plagado de corrupción, dentro y
fuera de la Iglesia. Sin embargo él
nos enseña a: 1° escuchar a Dios en el grito de
los
pobres y de la naturaleza, nuestra casa común; 2° discernir para “elegir
la vida
y
el
bien, amando al Señor…, escuchando su voz, acercándonos a él (que) es nuestra vida” (Deut. 30, 15ss). 3° actuar, con firmeza y decisión, para poner en práctica lo que a Dios le agrada:
“practicar la justicia, amar con ternura y caminar humildemente con el Señor” (Miq. 6,8)
Esta invitación de
ejercer nuestra libertad para elegir la vida y
el
bien se realiza “amando a Dios, escuchando su voz y pegándonos a Él” (Deut. 30, 15ss) Ésta es nuestra salida
porque: “estamos viviendo un momento de crisis; lo vemos en el
ambiente, pero sobre todo lo vemos en el hombre. ¡La persona humana está en peligro! ¡He aquí la urgencia de la ecología humana! Y el peligro es grave
porque la causa del problema no es superficial, sino profunda: no es sólo una cuestión de economía, sino de ética y de antropología.” (Francisco - Audiencia Pública 05.06.2013)
En el Evangelio de hoy Jesús nos hace una propuesta audaz y valiente para salir de la crisis: “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día y sígame” (Lc. 9,18ss). Ignacio escucha esta invitación, descubre la voluntad de Dios y
pone en práctica el gran desafío de disipar las tinieblas
de la sociedad con la luz de Cristo
y,
junto con Francisco Javier, Pedro Fabro y los primeros compañeros, se propone fundar una Compañía, cuyo único fin sea “militar bajo el estandarte de la cruz
y servir a solo el Señor
y a
su Esposa, la Iglesia,
bajo la autoridad del
Sumo Pontífice”. Para llegar Ignacio a esta convicción y mantener viva la profunda esperanza,
se
ha recorrido todo un camino que se asemeja mucho al de los discípulos de Jesús en Galilea. No en vano Ignacio
soñaba para los compañeros de
Jesús una vida a la apostólica, “cuya casa
sea el mundo”, “en salida misionera” como nos repite Francisco.
Demos un paso más en este discernimiento práctico y actual. San Ignacio nos ofrece
unos criterios de acción a partir de la contemplación de
Jesucristo “verdadero Dios y verdadero hombre”:
1° La dignidad de la persona humana, creada por Dios a su imagen y semejanza “para
alabar, hacer reverencia y servir a Dios…”
2° La persona de Jesucristo como referente absoluto, constante y decisivo. El discípulo toma la
firme y
deliberada determinación
de procurar en la
vida
guiarse en todo
por el modo de ser y de proceder de Jesucristo.
3° la Iglesia. Ignacio
no duda de la íntima e indestructible
unión que se da entre Cristo y la Iglesia. Para Ignacio la Iglesia es el signo evidente que la esperanza iniciada en Jesús,
se transmite
a cada época en
su contenido
y en sus condiciones más adecuadas (M. Kehl). Cree firmemente que entre Cristo nuestro Señor esposo, y la Iglesia, su esposa, es
el mismo espíritu que nos gobierna y rige…, porque por el mismo Espíritu… es regida y gobernada nuestra santa madre Iglesia [EE 365].
4° el valor y significación de la historia. El deseo de Ignacio de ser instrumento dócil
en
las manos de Dios. Es lo que moverá a enviar a los jesuitas a aquellos lugares en los que se
deciden
los
destinos de
los pueblos, donde
se abren nuevos
caminos
a
mayor necesidad y otros no pueden ir, o donde el fruto
que
puede esperarse es mayor.
Ignacio valora los pros y contras de las opciones que marcan el auténtico desarrollo humano integral de los pueblos que se traduce en un interés apasionado
por la
justicia que ha de ordenar las relaciones de los hombres en la sociedad con miras al bien común
y a la inclusión
social y a la defensa
de
los humildes y “descartables” de la
sociedad.
5° El mundo de hoy
no es el mismo que
el
de San Ignacio. Sus
gozos y esperanzas, sus angustias y tristezas, aunque conserven semejanzas, son muy distintas. Asimismo el
Perú de hoy no es el de los primeros jesuitas que vinieron a trabajar aquí. Vivimos hoy la época del sistema tecnocrático imperante, de la globalización económica y mediática, del
ocaso de las grandes utopías, del individualismo y del poder de los dueños de los grandes capitales, que controlan la economía y la política de las naciones, es la época de las desigualdades que subsisten a pesar del aumento en la producción global, época del
maltrato de la naturaleza y del calentamiento global.
Todos estos factores inciden en la misión evangelizadora de la Iglesia Católica. Siempre han existido estilos y maneras distintas de entender y vivir la fe o de realizar el trabajo pastoral, pero se vive hoy un cierto espíritu de bandos en competencia. La
raigambre católica de nuestro
país cede a la pluralidad de ofertas religiosas de otros orígenes. Hay gente muy afectada y triste por la desunión de los creyentes y de sus pastores, y por la brecha que se observa entre lo que la Iglesia enseña y lo que la gente vive. Y. por encima de
todo, como la
mayor crisis de los últimos siglos, los escándalos de la pedofilia han minado, lamentablemente, la credibilidad de la Iglesia.
Sin embargo, la experiencia de
San Ignacio, como los
santos de su
época como
Santa Teresa de Jesús, San Juan de la Cruz, como
también nuestros
santos peruanos
Santa Rosa de Lima, San Martín de Porres, Santo Toribio de Mogrovejo, San Francisco Solano
nos
dicen que
no tenemos derecho al desaliento ni nos debemos descorazonar como quienes no tienen esperanza. No nos dejemos robar la esperanza, nos dijo el Papa Francisco. Conscientes de nuestras debilidades ante tan grandes
desafíos, tenemos
que unirnos en
torno
al Cristo viviente, unir fuerzas, colaborar juntos, asumir responsabilidades comunes; el país es nuestro, la
“corrupción es evitable” y la Iglesia es
servidora de todos.
Ignacio, sin falsa humildad, llamaba a su orden “la mínima Compañía de Jesús” y
quiere que nuestro “sentir en la Iglesia”
se
exprese en colaborar
con todos y hacer que la Iglesia avance en su proceso de reforma, bajo la guía del Vicario de Cristo en la tierra.
La Iglesia y, en ella la Compañía de Jesús, espera mucho de la colaboración de los laicos y laicas y de las personas de buena voluntad en el
servicio desinteresado para que
nuestro país se enrumbe por las sendas del bien, la justicia y la solidaridad.
Sólo podremos construir la paz con la cultura de la
integridad en
defensa
irrestricta de la
vida y de nuestra casa común.
+ Pedro Cardenal Barreto, S.J.
EN EL SIEGUIENTE VERA LA ENTREVISTA AL CARDENAL PEDRO BARRETO EN RADIO SANTAROSA EL DIA 02 DE AOGSTO POR RSA MARIA PALACIOS https://www.facebook.com/RadioSantaRosaOficial/videos/2052856618099884/?t=8
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