Estos días en nuestro país son de expectativa para los católicos que reciben al Papa Francisco. Jorge Mario Bergoglio, el obispo argentino que asumió el cargo tras la dimisión de Joseph Ratzinger en el año 2013, ha tratado de marcar algunas distancias frente al manejo y decisiones tomadas en El Vaticano, con relación a la actuación de la iglesia Católica en diversos temas.
Uno de los primeros en los que hizo énfasis, fue el referido al cuidado del medio ambiente y la naturaleza. En el año 2015, publica la encíclica Laudato Si (Alabado Seas) en la cual el Papa Francisco hace un llamado a los fieles de la iglesia a cuidar la “Casa Común” de los cristianos, a cuidar en otras palabras, la naturaleza, a la tierra de la que solo somos habitantes. Y recuerda que tras años de dominación, explotación y apropiación el ser humano propicia una catástrofe ecológica.
Desde 1963 tras la declaración de Pacem in terris (Paz en la Tierra) los representantes de El Vaticano hacen un llamado para poner un alto a la expoliación de la naturaleza, teniendo en cuenta que ello implica un cambio de racionalidad y a la vez de los aparatos de poder con los que se realiza la vida, la economía, por ejemplo.
De esta forma, se explica la razón por la cual, en su gira por Sudamérica, Francisco ha optado por reunirse con los representantes de los pueblos originarios de Chile y Perú, poblaciones que viven en la Casa Común y que la conocen y respetan, además de defenderla de las actividades que la destruyen: la tala y minería ilegal, caza indiscriminada, entre otros.
Como un ente indivisible, la Casa Común es naturaleza, vida, sexualidad, familia y relaciones sociales. Frente a los cambios climáticos hay grupos vulnerables que cargan a cuestas el peso de la industria, los pobres se ven obligados a migrar buscando mejores condiciones de vida, esto cambia la configuración del tejido social y pone en cuestionamiento constante la idea de progreso desligada del cuidado de la naturaleza y su sostenibilidad.
El agotamiento de los recursos biológicos necesarios para la vida humana provoca especial atención. La cuestión del agua pasa por tenerla en cuenta de manera social, por ejemplo la sierra de Perú, y sin ir muy lejos, en los cerros de Lima, el abastecimiento de agua potable no llega a la mayoría de su población, mientras en “los países más desarrollados” se da el hábito de gastar y desechar a niveles inauditos.
Junto al agua desaparecen también la flora y fauna, la biodiversidad del planeta se ve amenazada. Producto del uso indiscriminado de agrotóxicos desaparecen los pájaros e insectos necesarios para mantener la Casa Común en equilibrio. El ser humano no tiene derecho a extinguir la creación divina.
Para revertir estos resultados que van en contra del cuidado hacia la naturaleza se necesita de una inversión en investigación para lograr avances que puedan reducir los cambios ya causados en los ecosistemas, porque todos los seres nos necesitamos unos a otros.
Al igual que la tierra la sociedad también se degrada, se crean pequeños espacios de cuidado hacia lo verde, pero solo unos cuantos pueden acceder a ella, estas zonas se consideran seguras, se deja de lado el sostenimiento de las zonas menos visibles, se las excluye. Se ha perdido el diálogo y la reflexión, las relaciones entre los humanos ahora están mediadas por internet. No es suficiente la acumulación de información porque termina saturando y obnubilando las mentes en una especie de contaminación.
Es preciso oír el clamor de la tierra y también el clamor de los más pobres. La desigual distribución de los recursos no solo afecta a individuos sino a países enteros. Culpar al aumento de la población como causa de la pobreza y no al consumismo extremo es un modo de no enfrentar los problemas.
Por otro lado la deuda externa de algunos países se ha convertido en un instrumento de control, cosa contraria ocurre con la deuda ecológica de los países que emiten mayor grado de emisión de dióxido de carbono. Ello nos invita a pensar en una forma de relacionarnos internacionalmente, donde no haya espacio para la globalización de la indiferencia.
El evangelio de la creación
Las narraciones bíblicas sugieren que la existencia humana se basa en tres relaciones fundamentales: la relación con Dios, con el prójimo y con la tierra. La ruptura con ellas es el pecado, las imágenes de esta fractura son las guerras, las diversas formas de violencia y maltrato, el abandono de los más frágiles y los ataques a la naturaleza.
La luz que ofrece la fe -señala la Iglesia- lleva a acudir a las riquezas culturales de los pueblos, el arte y la poesía, a la vida interior y la espiritualidad para resarcir errores de hombres que buscan imponer domino absoluto.
La era de la ciencia y la tecnología nos ha traídos avances en conocimiento y posibilidades de comunicación, pero el desarrollo de estas dos áreas no ha estado acompañado de la responsabilidad del ser humano en su uso. Prueba de ello son las guerras desatadas y las bombas nucleares lanzadas en pleno siglo XX y el constante peligro de que se desate una confrontación similar en esta centuria. Estos hechos nos llevan a pensar que no todo incremento del poder constituye sin más un progreso de energía vital.
En la modernidad hubo una gran desmesura del hombre como centro del universo y que hoy destruye toda forma de fortalecer los lazos sociales entre el prójimo, Dios y el territorio que habitamos. Si la crisis ecológica es una expresión de la crisis ética, cultural y espiritual, el pensamiento cristiano debería reclamar la valoración de cada persona y así provocar un reconocimiento de un “otro” humano y ecológico.
Un mensaje importante del Laudato Si es que una ecología integral incorpora a las dimensiones sociales y humanas. Es decir no existen crisis separadas, una ambiental y la otra social, sino una sola y compleja crisis socio – ambiental; cuyas soluciones requieren de una aproximación integral para combatir la pobreza, para devolver la dignidad a los excluidos y simultáneamente para cuidar a la naturaleza.
La gran pregunta es si somos capaces como país, como Nación, de entender la importancia de cuidar nuestra Casa Común, de generar leyes que en vez de relajar los estándares ambientales, los fortalezcan, que se tomen medidas adecuadas para combatir los males que atentan contra ella y si desde nuestros hogares, nuestros espacios hacemos cosas -por más pequeñas que sean- para cuidar nuestros recursos.
(*) Resumen y recopilación: Shirley Mendoza.
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