Fabián Vallas*
¿Quién es el otro?
Migrantes andinos llevan su cultura a Lima
Cuando los primeros colonizadores españoles llegaron al Imperio incaico, desecharon la idea de fundar su capital en la zona andina por motivos de seguridad. Pese a su derrota en la plaza de Cajamarca, los incas constituían una organización poderosa y los colonos no se sentían seguro sin tener cerca un puerto a sus espaldas. Esta fue una de las razones de que Lima sea la única capital entre los países andinos (Colombia, Ecuador, La Paz, Bogotá) que se ubica en la costa.
Lima creció al influjo directo de España y este peso se sintió con fuerza en la economía, la política y la cultura. Lima, ciudad de los virreyes, comenzó a desaparecer con la llegada de la República. Y sin duda, la migración del campo a la ciudad es el fenómeno social más importante del siglo XX que ha dibujado la identidad peruana.
Si en 1940, de cada tres peruanos uno vivía en la ciudad; hoy, de cada tres peruanos uno vive en el campo.
El fenómeno social más extraordinario fue el mestizaje debido a la llegada masiva de inmigrantes del campo a la ciudad. En la década de 1950, los gobiernos populistas y militares incentivaron esta migración por la escasez de mano de obra. Pero pronto la corriente migratoria se volvió incontrolable durante las últimas décadas.
Si Lima en 1972 tenía 3 millones 302,000 habitantes; de acuerdo al censo del 2017, tiene 9 millones 485,000 pobladores. La Lima tradicional de reconocidos apellidos castizos está en extinción, para dar paso a una Lima andina, costeña y selvática.
La sociedad peruana se está democratizando a pasos lentos. Como decía el sociólogo Gonzalo Portocarrero, nuestras economías pueden ser que caminan a su descolonización, pero nuestras mentes siguen colonizadas. Cualquier extranjero que observa nuestra publicidad en televisión podría pensar que el “Perú es un país de blancos”, pese a que solo tiene el 5.9% de la población nacional, según el último censo nacional.
El racismo crónico no está en nuestras leyes, sino en su práctica social cotidiana. Sin embargo, tenemos muchas razones para ser optimistas. Un gran sector de los migrantes que provienen del campo han sido muy exitosos. La segunda generación ya asiste a las escuelas y la tercera, a las universidades. Ya no se necesitan apellidos tradicionales para aspirar el ingreso a exclusivas escuelas de las fuerzas armadas o universidades. Las instituciones que excluían a los “cholos” están retrocediendo, y muchas de ellas se han extinguido para siempre.
A nivel cultural, la llegada de los migrantes con su cultura es una bocanada de aire fresco para nuestras diversas manifestaciones en la gastronomía, la música, las artes. Lo más rico es que somos una nación formada por diversidad. Un mosaico cultural, en el que debemos aprender a ser tolerantes. Todavía estamos en medio de la tarea de re-conocer ¿Quién es el otro?
* Máster en Political Science en la University of New Mexico, Egresado de Sociología de la Pontificia Universidad Católica del Perú y de Comunicación Social de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos.
Artículo publicado en la revista digital Punto de Encuentro de SIGNIS ALC, diciembre de 2018
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