El Papa Francisco reclamó una mejor gestión de los recursos hídricos y una
mayor protección para los océanos y los ecosistemas marinos con motivo de la
Jornada Mundial de Oración por el Cuidado de la Creación.
En un mensaje con motivo de la Jornada, que se celebra este sábado 1 de septiembre
de forma conjunta con las Iglesias Ortodoxas y con la adhesión de otras
Iglesias y comunidades cristianas, el Santo Padre se refirió al problema del
agua en el mundo actual.
“Deseo llamar la atención sobre la cuestión del agua, un elemento tan sencillo
y precioso, cuyo acceso para muchos es lamentablemente difícil si no
imposible”, señaló Francisco.
Sin embargo, “el acceso al agua potable y segura es un derecho humano
básico, fundamental y universal, porque determina la sobrevivencia de las
personas, y por lo tanto es condición para el ejercicio de los demás derechos
humanos. Este mundo tiene una grave deuda social con los pobres que no tienen
acceso al agua potable, porque eso es negarles el derecho a la vida radicado en
su dignidad inalienable”, afirmó recordando la Encíclica Laudato si’.
Por ello, insistió en que “cuidar las fuentes y las cuencas hidrográficas
es un imperativo urgente”. “Urgen proyectos compartidos y gestos concretos,
teniendo en cuenta que es inaceptable cualquier privatización del bien natural
del agua que vaya en detrimento del derecho humano de acceso a ella”.
Además, recordó la importancia que el agua tiene en el cristianismo: “Para
nosotros los cristianos, el agua representa un elemento esencial de
purificación y de vida. La mente va rápidamente al bautismo, sacramento de
nuestro renacer. El agua santificada por el Espíritu es la materia por medio de
la cual Dios nos ha vivificado y renovado, es la fuente bendita de una vida que
ya no muere más”.
En su mensaje, el Pontífice también quiso abordar la cuestión de los mares
y de los océanos. “No podemos permitir que los mares y los océanos se llenen de
extensiones inertes de plástico flotante. Ante esta emergencia estamos llamados
también a comprometernos, con mentalidad activa, rezando como si todo
dependiese de la Providencia divina y trabajando como si todo dependiese de
nosotros”, señaló.
En este sentido, pidió rezar “para que las aguas no sean signo de
separación entre los pueblos, sino signo de encuentro para la comunidad
humana”. También pidió oraciones “para que se salvaguarde a quien arriesga la
vida sobre las olas buscando un futuro mejor”.
Asimismo, pidió rezar “por cuantos se dedican al apostolado del mar” y “por
quienes ayudan en la reflexión sobre los problemas en los que se encuentran los
ecosistemas marítimos”, así como “por quienes contribuyen a la elaboración y aplicación
de normativas internacionales sobre los mares”.
En su mensaje, el Obispo de Roma afirmó que “debemos reconocer que no hemos
sabido custodiar la creación con responsabilidad. La situación ambiental, tanto
a nivel global como en muchos lugares concretos, no se puede considerar
satisfactoria”.
“Con justa razón ha surgido la necesidad de una renovada y sana relación
entre la humanidad y la creación, la convicción de que solo una visión
auténtica e integral del hombre nos permitirá asumir mejor el cuidado de
nuestro planeta en beneficio de la generación actual y futura, porque no hay
ecología sin una adecuada antropología”, aseguró.
MENSAJE DE LA CEE PARA LA JORNADA MUNDIAL DE
ORACIÓN POR EL CUIDADO DE LA CREACIÓN
Mensaje de la CEE
(Conferencia Episcopal Española) para la
Jornada Mundial de Oración por el cuidado de la creación. Es un mensaje de la
Comisión Episcopal de Pastoral Social de la CEE
El 1 de
septiembre se celebra la Jornada Mundial de oración por el cuidado de la
creación. Con este motivo, la Comisión Episcopal de Pastoral Social hace
público un mensaje en el que recuerda que el agua y la energía son dos pilares
básicos de la Casa Común.
Agua y energía: dos pilares básicos de la Casa
Común
MENSAJE ANTE LA
JORNADA MUNDIAL DE ORACIÓN POR EL CUIDADO DE LA CREACIÓN
(1 de septiembre de 2018)
El Papa Francisco
nos ha recordado en su encíclica Laudato si’: sobre el cuidado de la casa
común, que “el agua es un recurso escaso e indispensable y es un derecho
fundamental que condiciona el ejercicio de otros derechos humanos” (LS 148),
alertando al mismo tiempo de “la inequidad en la disponibilidad y el consumo de
energía” (LS 46). El acceso a la energía y al agua potable –dos bienes
fundamentales para el desarrollo de toda vida humana- constituyen, por tanto,
derechos humanos fundamentales y pilares básicos del bien común.
Apoyados en los
estudios científicos más recientes, somos conscientes de “la posibilidad de
sufrir una escasez aguda de agua dentro de pocas décadas si no se actúa con
urgencia. Los impactos ambientales podrían afectar a miles de millones de
personas” (LS 31). Por otro lado, el problema de la contaminación y del cambio
climático hace “urgente e imperioso el desarrollo de políticas para que en los
próximos años la emisión de dióxido de carbono y de otros gases altamente
contaminantes sea reducida drásticamente, por ejemplo, reemplazando la
utilización de combustibles fósiles y desarrollando fuentes de energía
renovable. En el mundo hay un nivel exiguo de acceso a energías limpias y
renovables” (LS 26). Así lo reconoció también la comunidad internacional el año
2015 al elaborar los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) recogidos en la
Agenda 2030[1].
La realidad de
nuestro país
En nuestro país
el acceso a la energía es universal. Sin embargo, en los últimos años se ha
constatado que un número creciente de hogares corren el riesgo no poder costear
su elevado precio, cayendo en una situación de lo que se llama pobreza
energética. Los principales estudios realizados para España coinciden en
encontrar un mínimo de un 8-9% de hogares (que son más de 6 millones de
personas) que sufren esta pobreza energética, que en una primera aproximación
puede definirse como la incapacidad de un hogar de hacer frente al coste de sus
necesidades energéticas básicas[2].
El acceso al agua
potable es también universal, aunque los problemas en torno a la distribución
de un recurso escaso y repartido de forma tan desigual a lo largo del
territorio resultan fuente de no pocos conflictos interregionales e
ideológicos. Estos conflictos emergen periódicamente -especialmente durante
periodos de sequía prolongada- e invitan a adoptar una visión integral del
problema, así como avanzar hacia un pacto nacional del agua que permita
establecer una gestión eficiente y justa y que responda al bien común.
Ante la enorme
complejidad económica, técnica y política que ambos retos plantean a la
comunidad internacional y a los diversos gobiernos nacionales y regionales,
resulta legítimo plantearse la contribución que la Iglesia católica y las
comunidades cristianas pueden aportar al
cuidado de la Casa Común.
El acercamiento
al agua y la energía desde la perspectiva de la ecología integral
La larga
reflexión eclesial sobre ambas cuestiones puede resultar de gran valor a la
hora de plantear alternativas respecto a estas dos cuestiones. La comunidad
cristiana, a quien nada de lo humano le resulta ajeno, descubre en la
centenaria tradición de la Doctrina Social de la Iglesia un rico tesoro que
puede iluminar las difíciles cuestiones que plantea el acceso al agua y a la
energía, así como para facilitar posibles caminos que permitan resolver los
conflictos que se generan. Estas contribuciones no son de tipo técnico o
político, sino más bien de orden cultural, ético y espiritual.
La llamada a la
solidaridad y a la sobriedad
Uno de los rasgos
que ha caracterizado la contribución eclesial a las problemáticas relacionadas
con la sostenibilidad es la llamada a la solidaridad y a la sobriedad.
Benedicto XVI nos recordó que el reto de ofrecer energía limpia para todos no
es sólo tecnológico y político, es también cultural y ético: «es necesario que
las sociedades tecnológicamente avanzadas estén dispuestas a favorecer
comportamientos caracterizados por la sobriedad, disminuyendo el propio consumo
de energía y mejorando las condiciones de su uso»[3]. Francisco ha reafirmado
la llamada al ahorro de su predecesor, recordando al mismo tiempo el imperativo
moral de la solidaridad: “Es necesario que los países desarrollados contribuyan
a resolver esta deuda limitando de manera importante el consumo de energía no
renovable y aportando recursos a los países más necesitados para apoyar
políticas y programas de desarrollo sostenible” (LS 52).
Respecto al agua,
los grandes principios éticos del pensamiento social cristiano son igualmente
válidos: “La Santa Sede, por tanto, reitera la importancia de la moderación en
el consumo, invoca la responsabilidad de los gobiernos, empresas y
particulares. Esta sobriedad se apoya en valores como el altruismo, la
solidaridad y la justicia”[4].
La atención a los
más pobres, la defensa de los derechos humanos y la denuncia de la injusticia.
La denuncia de la
injusticia, junto a la llamada a la solidaridad y la sobriedad, constituye otro
de los elementos distintivos de la contribución eclesial al debate
contemporáneo de la sostenibilidad. San Juan Pablo II vislumbró ya una de las
razones principales por las que la Iglesia ha tomado conciencia de esta
urgencia ética: “En nuestros días aumenta cada vez más la convicción de que la
paz mundial está amenazada, además de la carrera armamentista, por los
conflictos regionales y las injusticias aún existentes en los pueblos y entre
las naciones, así como por la falta del debido respeto a la naturaleza, la
explotación desordenada de sus recursos y el deterioro progresivo de la calidad
de la vida”[5].
En el caso del
agua, cuando el acceso o la calidad se ven limitados, nos encontramos ante una
seria carencia para el desarrollo de la persona: “el acceso al agua potable y
segura es un derecho humano básico, fundamental y universal, porque determina
la sobrevivencia de las personas, y por lo tanto es condición para el ejercicio
de los demás derechos humanos. Este mundo tiene una grave deuda social con los
pobres que no tienen acceso al agua potable, porque eso es negarles el derecho
a la vida radicado en su dignidad inalienable.” (LS 30). En un sentido similar,
en el caso del acceso a la energía, los obispos norteamericanos nos recordaron
ya en 1981 que “ninguna política energética es aceptable si no aborda
adecuadamente las necesidades básicas”[6]. Tanto la pobreza energética como el
acceso deficiente al agua potable suponen dos casos flagrantes de violación de
los derechos humanos ante los que los cristianos no podemos permanecer
indiferentes.
El
redescubrimiento del sentido de la creación, más allá del uso instrumental de
los recursos naturales
La Iglesia, en su
acercamiento a las cuestiones medioambientales, siempre ha invitado a
trascender los análisis meramente económicos y los cálculos políticos para ser
capaces de apreciar el valor intrínseco, más allá de su uso instrumental, de
los recursos naturales que disponemos.
El papa Francisco nos invita a redescubrir que “nuestro propio cuerpo está
constituido por los elementos del planeta, su aire es el que nos da el aliento
y su agua nos vivifica y restaura” (LS 2). E igualmente nos remite al alcance
de elementos de la creación en los Sacramentos: “Los Sacramentos son un modo
privilegiado de cómo la naturaleza es asumida por Dios y se convierte en
mediación de la vida sobrenatural. A través del culto somos invitados a abrazar
el mundo en un nivel distinto. El agua, el aceite, el fuego y los colores son
asumidos con toda su fuerza simbólica y se incorporan en la alabanza” (LS 235).
La dependencia
del ser humano respecto del agua y la energía para poder vivir dignamente nos
recuerda no sólo nuestro origen y nuestra estrecha vinculación a la creación,
sino algo todavía más profundo: el carácter relacional de toda nuestra
existencia. El Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia lo formuló
magníficamente: “La relación del hombre con el mundo es un elemento
constitutivo de la identidad humana. Se trata de una relación que nace como
fruto de la unión, todavía más profunda, del hombre con Dios. El Señor ha
querido a la persona humana como su interlocutor: sólo en el diálogo con Dios
la criatura humana encuentra la propia verdad, en la que halla inspiración y
normas para proyectar el futuro del mundo, un jardín que Dios le ha dado para
que sea cultivado y custodiado (cf. Gn 2,15)”[7]. Ser cuidador y custodio de la
creación se convierte, por tanto, en la tarea principal que Dios encomienda al
hombre; una tarea que requiere de una sólida formación y de una sensibilidad
sacramental, pero también de una imprescindible conformación de hábitos y
comportamientos. En esta tarea también la Iglesia puede realizar una valiosa
contribución.
La importancia de
la labor educativa, la transformación cultural y la espiritualidad
“El problema del
agua es en parte una cuestión educativa y cultural” (LS 30). Francisco, con
esta afirmación, profundiza sobre la importancia de la educación –a todos los
niveles: formal e informal, familiar y social- como factor clave para alcanzar
la sostenibilidad y para posibilitar la transformación cultural.
Es necesaria una
labor educativa en relación con el uso y distribución de la energía. Como
cristianos debemos ofrecer “nuevos patrones de conducta basados en la justicia,
la responsabilidad, el altruismo, la subsidiariedad y la concepción del
desarrollo integral de los pueblos orientado al bien común”[8]. Y no sólo debe
ser una propuesta, estos grandes principios éticos requieren a su vez, para su
plena adopción e interiorización, una “educación ética” e, incluso, una
vivencia espiritual que alimente y sostenga el compromiso ético: “La educación
ambiental debería disponernos a dar ese salto hacia el Misterio, desde donde
una ética ecológica adquiere su sentido más hondo” (LS 210). En este sentido,
las comunidades cristianas, parroquias y comunidades educativas, debemos
comprometernos en una mayor vivencia espiritual de la Casa Común, y en una
educación para la sostenibilidad. Su concreción pastoral ya va teniendo muchas
realizaciones destacando la importancia de las acciones de la red educativa
secundaria y universitaria.
Conclusión
La Iglesia Católica no puede permanecer
indiferente ante las necesidades de tantas personas que sufren la pobreza
energética y la escasez de agua. En esta Jornada Mundial de Oración por el
cuidado de la creación nos unimos a todos los cristianos y personas de buena
voluntad que trabajan por el bien común de la familia humana dando gracias por
el don de la vida y por la creación. Nos comprometemos igualmente a trabajar
por la justicia, la paz y la reconciliación entre los pueblos y con la
creación. Ojalá nuestra oración y nuestro trabajo nos ayude a reconocer
agradecidos la fuente de todo don, el Dios de nuestro Señor Jesucristo,
“creador de todo lo visible y lo invisible”.
Los obispos de la
Comisión Episcopal de Pastoral Social
NOTAS:
[1] En ella se
aborda explícitamente la cuestión del agua (ODS 6 y 14) y de la energía (ODS
7).
[2]Universidad
Pontificia Comillas ICAI-ICADE – Cátedra de Energía y Pobreza (2018), http://www.comillas.edu/es/catedra-de-energia-y-pobreza
[3] Benedicto
XVI, Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 2010, 9: AAS 102 (2010), 46
[4] Pontificio
Consejo Justicia y Paz, El agua, un elemento esencial para la vida. Adoptar
soluciones eficaces. Una actualización, Sexto Foro Mundial del Agua, Marsella
2012, p.15.
[5] Juan Pablo
II, Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz “Paz con Dios creador, paz con
toda la creación”, 1 de enero de 1990, 1.
[6] United States Conference of Catholic Bishops, Reflection
on the Energy Crisis, Washington D.C. 1981, p.7.
[7] Pontificio
Consejo Justicia y Paz, Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, n. 451.
[8] Pontificio Consejo Justicia y Paz, Energy, Justice, and
Peace: A Reflection on Energy in the Current Context of Development and
Environmental Protection, Vatican City 2014, 84.
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