La Navidad nos hace recordar nuestros orígenes humildes. El Hijo de Dios no quiso nacer en un palacio con todo lo que tiene de pompa y de gloria. No prefirió un templo con sus ritos, inciensos, velas encendidas y cánticos. Ni siquiera buscó una casa mínimamente decente. Nació allí donde comen los animales, en un pesebre. Sus padres eran trabajadores pobres, del campo y del taller, en camino para cumplimentar un censo impuesto por el emperador romano.
Esta escena nos remite a la situación presente en nuestro país y en el mundo: millones y millones de pobres, muchos hambrientos, y otros tantos millones de niños con los ojos casi fuera de las órbitas a causa del hambre y de la delgadez extrema. La mayoría muere antes de cumplir los 3 años. Ellos actualizan para nosotros la condición escogida por el Hijo de Dios.
Al elegir a aquellos que no existen socialmente y a los considerados como invisibles, el Hijo de Dios quiso darnos un mensaje: hay una dignidad divina en todos estos sufridores. Hacia ellos debemos mostrar solidaridad y compasión, no como pena, sino como una forma de participar en su sufrimiento. Siempre habrá pobres en este mundo, ya lo dice la Biblia. Razón de más para que retomemos siempre la solidaridad y la compasión. Si alguien hace el mismo camino, extiende la mano y levanta al caído, y más aún, si alguien se hace compañero, es decir, aquel que comparte el pan, el sufrimiento se vuelve menor y la cruz más ligera.
Quien está lejos de los pobres, aunque sea el cristiano más piadoso, está lejos de Cristo. Siempre cabe recordar la palabra del Juez Supremo: “Lo que hagas o dejes de hacer a estas hermanas y hermanos míos más pequeños: los hambrientos, los sedientos, los encarcelados y los desnudos, a mi me lo hiciste o dejaste de hacer” (Mt 25,40).
La Navidad es una fiesta de contradicción: nos recuerda que el mundo todavía no ha sido humanizado porque somos crueles y sin piedad con aquellos castigados por la vida. La Navidad nos recuerda esa misma situación vivida por el Verbo de la vida, el Hijo hecho carne.
Por otro lado, en Navidad nos alegramos de que Dios en Jesús “mostró su bondad y jovialidad para con nosotros” (Epístola a Tito 3,4). Nos alegra saber que Dios se hizo un niño que no juzga ni condena a nadie. Solo quiere, como niño, ser acogido más que acoger, ser ayudado más que ayudar.
Me complace terminar esta pequeña reflexión con los versos del gran poeta portugués Fernando Pessoa. Pocos han dicho cosas más bellas que él sobre el Niño Jesús:
“Él es el Niño Eterno, el Dios que faltaba.
Él es lo humano natural,
es lo divino que sonríe y que juega.
Por eso sé con total certeza
que Él es el Niño Jesús verdadero.
Es un niño tan humano que es divino.
Nos llevamos tan bien el uno con el otro,
en compañía de todo,
que nunca pensamos el uno en el otro.
Pero vivimos los dos juntos,
con un acuerdo íntimo
como la mano derecha con la izquierda.
Cuando yo muera, hijito,
que sea yo el niño, el más pequeño.
Tómame en tus brazos
y llévame dentro de tu casa.
Desviste mi ser cansado y humano
y acuéstame en tu cama.
Cuéntame historias, si me despierto,
para que vuelva a dormirme.
Y dame sueños tuyos para jugar,
hasta que nazca cualquier día
que tu sabes cuál es.”
Después de esta belleza sencilla y verdadera sólo me queda desear una Feliz Navidad serena a todos en este mundo nuestro tan perturbado.
*Leonardo Boff es articulista del JB on line, teólogo y escritor y ha escrito: Sol da Esperança: Natal, histórias, poesias e símbolos, Mar de Ideias, Rio 2007.
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