En una abarrotada Plaza de San Pedro, el Papa Francisco ha canonizado a dos grandes figuras de la Iglesia de los últimos años: el Papa Pablo VI y el Obispo Oscar Romero. Cada uno tiene, con todo derecho, santos de su devoción, pero a mi me gustaría que estos dos fueran santos para todos, aunque sospecho que, desgraciadamente, seguirán teniendo sus críticos, como sucede con todas las grandes personalidades.
Pablo VI fue el Papa que llevo adelante y finalizó el Concilio Vaticano II. Acabado el Concilio sufrió mucho al ver algunas malas consecuencias, por ejemplo, la ruptura con la Iglesia, precisamente por estar en desacuerdo con muchas decisiones conciliares, de Monseñor Lefebre. A pesar de los esfuerzos hechos en los últimos tiempos por parte de la Santa Sede, está lejos la vuelta de los seguidores de Lefebre a la plena comunión con la Iglesia. Pablo VI fue también el hombre del diálogo, de la evangelización, un intelectual incómodo que sabía hacer las preguntas oportunas. Fue el Papa que propició la Facultad de Teología en Valencia, que apoyo la transición española, que imploró (sin conseguirlo) por la vida de los últimos condenados a muerte en España.
También Oscar Romero imploraba justicia y pan para los pobres, y clamaba contra los miles de asesinatos cometidos por los escuadrones de la muerte en su país. Lo pagó con su vida. El clima contra la Iglesia que se respiraba en El Salvador queda bien reflejado en este triste lema, que se repetía constantemente: “haga patria, mate a un cura”. Son históricas las palabras pronunciadas en la homilía que provocó su muerte: “Les suplico, les ruego, les ordenó en nombre de Dios, ¡cese la represión!”. Sí, en nombre de Dios sólo se puede ordenar que se acabe con la muerte y se trabaje por la vida. Era bien consciente de que se estaba jugando la vida, como queda claro en estas palabras pronunciadas poco antes de su muerte: “si me matan, resucitaré en el pueblo salvadoreño”.
Con estas canonizaciones, el Papa ha hecho un reconocimiento al Concilio Vaticano II y al postconcilio. Francisco sigue marcando el camino a seguir.
DOMINICOS.
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