viernes, 26 de octubre de 2018

¿Se puede medir la felicidad?

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Joshua Resnick / Shutterstock

¿Qué es lo que busca el ser humano cuando dice que quiere ser feliz?

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En los últimos años se han publicado investigaciones acerca de la felicidad de las personas, incluso una lista de países más “felices” que otros. 
La Universidad de Columbia realiza hace ya unos años el informe sobre la felicidad mundial que contempla un total de 157 países (World Happiness Report). Cada año muchos países cambian de lugar en el ranking y es notorio que la pobreza, el desempleo y las crisis económica son factores que algunos autores entienden como determinantes, aunque en otros países no parecen ser relevantes. 
En el año 2011 se publicó un artículo en el Journal of Economic Behavior & Organization, titulado “Dark contrasts”, sobre la paradoja de que los países “más felices” son los que tienen más altos índices de suicidio. Una interpretación del hecho es que en los países donde hay altos niveles de “calidad de vida”, los que no pueden acceder al estilo de vida de sus contemporáneos sufren por envidia una gran frustración.  Me parece un poco ingenua la interpretación, atrapada en una visión reducida de la felicidad y de la frustración existencial.  
Por otra parte, aparecen indicadores sobre lo que se necesita para ser feliz:
  • tener seguridad económica,
  • tiempo libre,
  • comer sano,
  • tener muchos amigos,
  • libertad para tomar las propias decisiones,
  • mayor esperanza de vida,
  • buena salud,
  • vida espiritual y cosas por el estilo
Nadie duda que son algo deseable y positivo.  ¿Pero son causas o consecuencias de una vida feliz?  Se apela así religiosamente a las neurociencias -que parecen una nueva metafísica materialista-, y aparecen académicos explicando por qué somos más o menos felices según indicadores y según la propia percepción de la felicidad.
Pero hay preguntas que no aparecen que tal vez relativicen esos números:
  • ¿Qué es la felicidad?
  • ¿Se reduce al bienestar psíquico y material?
  • ¿Es la felicidad un estado anímico que cambia como el clima?
  • ¿Por qué hay personas muy pobres con un gran nivel de inseguridad que se manifiestan felices?
  • ¿Por qué personas que tienen todas las cosas “deseables” para ser feliz, son profundamente infelices?
  • ¿Si uno come sano, tiene seguridad económica y muchos amigos, trae como consecuencia una vida feliz?
  • ¿Hay recetas prácticas para la felicidad? 
  • ¿No es un gran contraste que, a lo largo de la historia de la humanidad, personas con grandes carencias y capaces de grandes sacrificios fueran muy felices?
  • ¿No será que reducimos la felicidad al bienestar psicológico y material?
  •   ¿No será el problema del sentido de la vida el fondo del drama de quien se siente infeliz?
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Un horizonte estrecho

Nadie puede negar que las neurociencias y las investigaciones psicosociales aportan mucha información que nos ayuda a comprender mejor la vida humana y los modos de vivir, como hasta hace pocos años ni soñábamos.
El peligro es caer en los reduccionismos empiristas que reducen la realidad a lo constatable por la investigación, no cuestionando los presupuestos teóricos que hay detrás de las investigaciones. Se da por verdadero porque “los números cantan”, sin cuestionar las preguntas que se hacen o los factores culturales, lingüísticos y filosóficos que condicionan los modos de pensar la realidad y de pensarse a sí mismo. 
Se habla de los resultados de una investigación cuantitativa como si estuviéramos ante la totalidad de lo real, ante la única versión posible e irrefutable, sin tener en cuenta sus límites, variedad de interpretaciones y condicionamientos culturales. 
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La obsesión con “ser feliz”

El siglo XX y los comienzos del XXI han sido testigos de un cambio cultural sin precedentes. La crisis de los grandes referentes de sentido y el vacío de certezas fue creando generaciones de personas necesitadas de reconstruir un fundamento donde sostener la vida.
La colonización de la cultura del consumo en la vida cultural ha reducido el concepto de felicidad al bienestar emocional y material. ¿Qué es lo que busca el ser humano cuando dice que quiere ser feliz?
Hoy muchos psicólogos hablan de los excesos de la obsesión con la felicidad, lo cual parecería generar el efecto contrario: personas que se ven a sí mismas como infelices por la idealización de “una vida feliz”. 
El neurólogo, psiquiatra y filósofo austríaco Víctor Frankl, superviviente de los campos de concentración nazis, ha puesto en el centro de su reflexión el problema del “sentido de la vida” y estaba convencido de que cuanto más el ser humano busca la felicidad entendida como bienestar, más se diluye y se pierde a sí mismo, haciéndose infeliz.
La felicidad para Frankl es la consecuencia de una vida con sentido, de una plenitud interior que no se ve aplastada por los factores externos, por más duros que sean.  Y el sentido lo da un amor grande, valores altos por los que vivir y la apertura a la trascendencia (Dios). 
 
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Muchas personas que viven según los “tips” de felicidad del mercado, solo corren hacia los modelos de “vida feliz” pautada culturalmente por los medios y la publicidad, y así viven en una insatisfacción cotidiana y una ansiedad por encontrar la paz que nunca llega. 
Para Frankl las personas felices son personas que viven con un sentido, entregadas a una causa o a otras personas, capaces de entregarse y sacrificarse, que se vuelven capaces de sobreponerse a situaciones límite y trascender. 
VOLUNTEERS FRANCS HOMELESS
Cyril BADET/CIRIC

Ampliar el horizonte existencial

El ser humano es el único animal que se pregunta, que busca trascender, que se siente sediento de una plenitud que no puede alcanzar por sí mismo y solo puede recibirla. 
La palabra “felicidad” ha sido malgastada y abusada, ubicada en la góndola de mercancías como manuales de autoayuda para “ser feliz” que son una prédica del individualismo postmoderno.  Tal vez si volvemos a los clásicos, a leer la sabiduría de los antiguos como PlatónAristóteles o San Agustín, encontremos algunas pistas para ensanchar la mirada y ver más en profundidad la vida humana,  más allá de las estrechas paredes de un materialismo que reduce al ser humano a un consumidor de sensaciones detrás de las pautas publicitarias. 
Leer dos pequeñas obras de San Agustín, después de 1600 años, como“De la vida feliz” (De Beata Vita), o las “Confesiones”, puede ser una apasionante aventura para entrar en nosotros mismos y buscar más que consejos prácticos, sino sabiduría para vivir con sentido.
En su pequeño tratado “De la vida feliz”, Séneca escribe que vivir feliz es lo que todo el mundo desea, pero descubrir en qué consiste lo que hace la vida feliz nadie lo ve con claridad. Porque cuanto más la buscamos, más nos alejamos de ella.  Advierte que debemos cuidarnos de no seguir como borregos el parecer de la mayoría, pues no suele ser nunca un criterio fiable de verdad, sino todo lo contrario. Considera que la mejor luz para discernir lo verdadero de lo falso se encuentra en la propia alma, donde se puede revisar la vida y discernir sobre todas aquellas cosas que no nos dan ninguna felicidad. 

15 consejos de la Biblia para ser feliz

 

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