ARZOBISPADO DE
HUANCAYO
“La Alegría de Ser Pueblo de Dios”
MISA TE DEUM POR FIESTAS PATRIAS
Homilía
de Mons. Pedro Ricardo Barreto
Jimeno, S.J.
Arzobispo de Huancayo y Cardenal de la Iglesia
Católica.
Huancayo, 26 de julio del 2018
En nombre
de Jesús, nuestro Buen Pastor, y de la Iglesia Arquidiocesana de Huancayo, expreso
mi fraterno saludo a las autoridades y a todos los ciudadanos y ciudadanas en
este día en que conmemoramos el centésimo nonagésimo séptimo (197) aniversario
de la Independencia
de nuestro país.
Recordamos
ahora, como compromiso de acción las inspiradas palabras del Libertador José de
San Martín: “Desde este momento, el Perú es libre e independiente, por la
voluntad general de los pueblos y por la justicia de su causa que Dios
defiende”.
Damos
gracias a Dios porque la sociedad peruana –y la Iglesia Católica dentro de
ella- asumen históricamente los dones de la libertad y de la independencia a
fin de construir la paz con la virtud de la honestidad en defensa de la vida y de
nuestra casa común a fin de consolidar en el tiempo la democracia participativa
y solidaria para buscar juntos el Bien Común.
En esta Misa Te Deum reconocemos
que Dios ha bendecido a nuestra Patria con una larga historia de santidad:
Santa Rosa de Lima, San Martín de Porres, San Francisco Solano, Santo Toribio
de Mogrovejo y los santos anónimos de ayer y de hoy. También nos ha bendecido
con el heroísmo de Francisco Bolognesi, Miguel Grau y en nuestra Región con la
astucia y valentía del militar y político Andrés Avelino Cáceres Dorregaray, el
“Taita Cáceres” para sus soldados y el “Brujo de los Andes” para sus enemigos y
con todos los que ofrendaron sus vidas por la noble causa de la grandeza y
dignidad del Perú.
Bendecimos a Dios por las
personas que viven con honestidad, en la costa, sierra y selva; por la riqueza étnica
y cultural que poseen; por habernos privilegiado al darnos una tierra hermosa y
fecunda, con variada biodiversidad y un potencial de recursos naturales para el
bienestar de todos los peruanos y peruanas.
Esta
mañana, aquí en la Incontrastable, celebramos la fiesta litúrgica de “Nuestra
Señora de la Paz”.
Ella es la especial intercesora del pueblo peruano ante su Hijo Jesús para que
la paz, fruto de la justicia, mantenga viva nuestra esperanza y haga eficaz
nuestra solidaridad con los alejados y excluidos de una vida digna y fraterna.
Nos
podemos preguntar con el Papa Francisco “¿Qué hay en la raíz de la esclavitud,
del desempleo del abandono de los bienes comunes y de la naturaleza? La
corrupción es un proceso de muerte que nutre la cultura de muerte porque el
afán de poder y de tener no tiene límites. La corrupción no se combate con el
silencio. Debemos hablar de ella, denunciar sus males, comprenderla para poder
mostrar la voluntad de hacer valer la misericordia sobre la mezquindad, la
belleza sobre la nada. Pidamos juntos para que aquellos que tienen un poder
material, político o espiritual no se dejen vencer por la corrupción” (WWW.ELVIDEODELPAPA.ORG
NO A LA CORRUPCIÓN)
La
Palabra de Dios ilumina el contexto histórico que vivimos en el Perú. El profeta
Isaías, nos transmite una firme esperanza: “El pueblo que caminaba en tinieblas
ha visto una gran luz…”
Es
verdad, las tinieblas de la crisis que vivimos hacen sufrir y sangrar al Perú
de hoy. Los signos de corrupción generalizada, con sus efectos devastadores en
la vida familiar y social, en el campo y en la ciudad extinguen la esperanza.
Asumimos
lo dicho por el Papa Francisco: “estamos viviendo un momento de crisis; lo
vemos en el ambiente, pero sobre todo lo vemos en el hombre. ¡La persona humana
está en peligro! ¡He aquí la urgencia de la ecología humana! Y el peligro es
grave porque la causa del problema no es superficial, sino profunda: no es sólo
una cuestión de economía, sino de ética y de antropología.” (Audiencia Pública 05.06.2013)
El Perú
necesita salir de las tinieblas para vivir esta firme esperanza. Esta “gran
luz” que nos dice el profeta Isaías es Cristo, el Hijo de Dios hecho hombre,
modelo de honestidad y transparencia, de servicio desinteresado a cada uno de
nosotros, de experimentar en su propio cuerpo la traición de un amigo que había
elegido, que lo vende por una cuantas monedas; de sufrir una condena injusta y
violenta del poder político, religioso y de un pueblo que se deja manipular por
intereses de grupo y grita: “¡crucifícalo!...
Ante este
signo de gran corrupción no podemos eximirnos, todos los peruanos y peruanas,
de nuestra responsabilidad personal y social de construir la paz; de salvar a
los inocentes que son nuestros niños y jóvenes, igual a los ancianos y a todos aquellos que se sienten “extraños” en
su propia tierra. No podemos lavarnos las manos, como Pilatos y dejar que el
poder del mal destruya los valores de la peruanidad: la libertad e
independencia “por la voluntad general de los pueblos y por la justicia de su
causa que Dios defiende”.
El
fundamento de nuestra esperanza es la resurrección de Jesús, el triunfo de la
vida sobre la muerte, de la honestidad sobre la corrupción; de la solidaridad
ante el egoísmo individual o de grupo. Con Jesús resucitado salimos de las tinieblas
y vivimos en la luz de la justicia. Con Él podemos vivir en paz. Sin Él todo se
destruye y se disipa la esperanza. Con Él se potencia la reserva moral del
pueblo peruano porque ayer y hoy existieron y existen personas honestas y creíbles que fortalecen nuestra
capacidad para superar los actos delincuenciales y perversos que asolan nuestra
Patria. Es Jesús el que nos ayuda a mirar con esperanza el presente y el
futuro. Y desde esta ciudad Incontrastable, donde se dio el primer grito
libertario y se reafirmó con heroísmo la independencia del Perú, hoy, en la
presencia de Dios, escuchamos el clamor de un pueblo que quiere construir la
paz con la virtud de la honestidad en defensa de la vida y de nuestra casa
común.
En este
contexto de turbulencia cívica y social de las Fiestas Patrias, San Pablo nos
exhorta a estar siempre alegres en el Señor Jesús. Que todo el mundo nos
conozca por nuestra bondad. Que nada nos angustie porque Jesús es nuestra Paz,
reconociendo –en medio de nuestras debilidades- todo lo verdadero, justo y
honesto que hay en nuestro País. Como nos dice el Papa Francisco: “Que nada ni
nadie nos robe la alegría”
En el
Evangelio de hoy, María visita a su prima Isabel para estar a su servicio. Es
ejemplo de servicio a la persona necesitada de ayuda. Deja de lado sus
necesidades y su comodidad para servir con alegría y amor porque Ella es
portadora de Cristo en su vientre virginal. En María, “nuestra Señora de la Paz”, la Iglesia está al
servicio del Perú para que la paz de Cristo llegue a todas las familias
peruanas.
Deseo
hacer un llamamiento urgente a todos los peruanos y, en especial a los que
vivimos en este hermoso valle del Mantaro, para que seamos portadores incansables
de la paz y valientes defensores de la dignidad de la persona humana, de sus
derechos y deberes cívicos cuidando “nuestra casa común”.
La fe en
Jesús no nos quita, a las personas creyentes y a las personas de buena
voluntad, la responsabilidad de dar a una autoridad democrática legítima y
justa, la generosa colaboración con una prudente y eficaz vigilancia ciudadana
de todos los que conformamos la gran familia peruana.
Hoy renovamos
nuestro compromiso de vivir y actuar según los valores constitucionales de nuestra
Patria: la dignidad de la persona humana, la democracia participativa y
vigilante, el Estado de Derecho, la búsqueda del Bien Común y el desarrollo
humano integral de todos los peruanos y peruanas, especialmente de los más pobres
y excluidos que son los preferidos de Jesús. Por eso podemos decirnos con
orgullo y humildad:
¡Felices Fiestas Patrias!