Texto pulicado en la revista Vida Nueva (España).
Escribe: Jose Luis Franco.
¿Cuál es el significado de la designación cardenalicia de Pedro Barreto, arzobispo de Huancayo, y qué implicaciones tendrá para la Iglesia peruana? Con su nombramiento, definitivamente, Francisco nos está marcando una hoja de ruta para los próximos años, principalmente, en dos temas de suma trascendencia: la defensa del medio ambiente y una nueva pastoral. En ambos retos, Barreto es una referencia clara.
Nacido en Lima en 1944, en mayo de 1961 ingresó en el noviciado de la Compañía de Jesús. Ordenado sacerdote en 1971, inició su ministerio sacerdotal en Tacna, enfocándose en la pastoral carcelaria y en la docencia. El 2001, Juan Pablo II lo nombró vicario apostólico de Jaén y, en julio de 2004, ya se convirtió en arzobispo de Huancayo.
Es aquí donde se ha destacado por su labor en la defensa del medio ambiente, señalando que se trata de un problema radicalmente ético y que, como respuesta, resulta imperativa una nueva economía que se enfoque en las personas como punto central. Asimismo, nos propone “buscar otros sistemas alternativos de desarrollo, que tengan en cuenta que la vida es un don de Dios”.
Debido a esa terca pero heroica defensa de la vida, muchos se han dedicado a atacarlo, pero él, lejos de amilanarse, ha continuado luchando por la salud ambiental, los derechos laborales de los trabajadores y la defensa de los niños más pobres afectados por altos índices de plomo en su sangre a consecuencia de los gases tóxicos emanados por el Complejo Metalúrgico Doe Run en La Oroya, Junín.
En 2012, fue nombrado por Benedicto XVI miembro del Consejo Pontificio Justicia y Paz y, dos años más tarde, se convirtió en vicepresidente de la Red Eclesial Panamazónica (REPAM), que articula a la Iglesia en la defensa de la Amazonía. Ahora, gracias al próximo Sínodo Panamazónico, en octubre de 2019, esta vasta región del continente ha pasado de ser el rincón aislado de la humanidad a tener un gran protagonismo.
Encarna Laudato si’
Barreto, quien forma parte precisamente del Consejo Presinodal encargado de su organización, considera que la Amazonía es “el pequeño laboratorio para poner en práctica la Laudato si’. (…) La Amazonía es el rincón más olvidado y el Papa está poniendo el dedo en esa llaga, que está horadadapor la minería informal y cuya población está sufriendo, no solo con las consecuencias ambientales, sino sociales”.
Además de su condición de pastor ecológico, Barreto representa un nuevo modo de ser Iglesia. Para nadie es un secreto que encarna muchas de las características de este giro eclesial que viene impulsando Francisco, es decir, una Iglesia en salida siempre atenta a las necesidades del pueblo, capaz de auscultar el dolor de los que sufren en una sociedad de profundas desigualdades económicas y sociales. Por ello, es justo señalar cuáles son las materias en las que ha incidido después de su designación como cardenal:
la denuncia de la corrupción, la necesidad del enfoque de género en la educación y la defensa de los derechos humanos.
la denuncia de la corrupción, la necesidad del enfoque de género en la educación y la defensa de los derechos humanos.
Haber sido designado tan sólo cinco meses después de la visita del Papa al país denota el deseo del mismo para que el Perú cuente con dos cardenales, no con la intención de plasmar un contrapeso entre ambos, sino para reconocer la diversidad eclesial a través de dos experiencias distintas. Con la sencillez que lo caracteriza, Barreto lo ha señalado: “En realidad, dos cardenales peruanos dentro de ese gran senado que tiene el Papa es algo significativo, pero no añade nada a nivel del Perú; somos cardenales de la Iglesia y estamos al servicio directo del Santo Padre, y en el Perú lo que queremos es caminar más unidos cumpliendo las directivas del Papa”.
La línea que representa Barreto quiere hoy ser rescatada y valorada por Francisco. Aquella experiencia eclesial que brotó en los 60 de la Conferencia Episcopal de Medellín, hoy cobra vitalidad para brindarnos claves que nos permitan enfrentar los diversos desafíos que tenemos como Iglesia, siendo sus principales pilares un renovado profetismo y el compromiso con los pobres.
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