19 de febrero de 2018.- En la tercera meditación, en la segunda jornada de ejercicios espirituales en los que participa el Santo Padre y la Curia romana en la localidad de Ariccia, el padre Tolentino prosiguió con su meditación acerca del elogio de la sed.
“Puede suceder que estamos completamente sedientos y no nos damos cuenta. Puede parecer que todo fluye, pero que en profundidad, no sea así”. Fue la advertencia con la que el predicador prosiguió la segunda meditación del día, la tercera desde el inicio de los ejercicios espirituales, en la que, en primer lugar, manifestó cómo el “entrar en contacto con la propia sed”, no sea una tarea fácil, pero que “si no lo hacemos, la vida espiritual pierde adhesión a la realidad”. Ese fue el motivo por el cual el sacerdote portugués señaló que “debemos perder el miedo de reconocer nuestra sed y nuestra sequedad”. Pero… ¿cómo se mide la sede espiritual?
No intelectualizar demasiado la fe
El padre Tolentino explica que estamos, “mayormente preocupados por la credibilidad racional de la experiencia de fe que por su credibilidad existencial, antropológica y afectiva”. Nos ocupamos más de la razón que del sentimiento. Nos dejamos a la espalda la riqueza de nuestro mundo emocional, mientras que en cambio, necesitamos mirarnos en nuestra entereza, no temerla, no negarla, sino abrazarla con madurez, lucidez y confianza. Porque es así que Dios nos mira. “Somos una mezcla de tantos componentes emocionales, psicológicos y espirituales, y de todos debemos adquirir conciencia”. “Dios nos ama al completo”, recuerda.
Cómo verificar el estado de nuestra fe
Una herramienta para evaluar el estado de la propia sed “puede venir de la literatura”, indica el predicador haciendo alusión al utilizo de ésta para el análisis de itinerarios religiosos. ¿Por qué? Primero, “porque la literatura logra generarse como metáfora integral de la vida y de sus diversos niveles, su fin es describir la entereza, no sólo ésta o aquella dimensión unívoca. Y la vida espiritual, progresa sólo cuando es un revisación de la existencia en su totalidad”.
Segundo, “porque otorga un conocimiento concreto, no conceptual: tampoco la vida espiritual es una ideología o una idealización que sobrevuela la realidad”. Y tercero porque “es un instrumento de precisión como pocos: logra poner en relación el yo y el nosotros, lo personal y lo colectivo, la gracia y el pecado, el encuentro y la soledad, el dolor y la redención”. ¿Y la vida espiritual? Ella no está prefabricada, está involucrada en la radical singularidad de cada sujeto.
Me di cuenta de estar sediento
Haciendo efectivo el ejemplo de la premisa anterior, el sacerdote reflexionó sobre un texto de la escritora brasileña Clarice Lispector, en el que narra “con la fuerza de una declaración autobiográfica”, la toma de conciencia de cuánto ella estuviese sedienta de libertad.
“Hablar de la sed es hablar de la existencia real, […] es iluminar una experiencia más que un concepto, […]es adentrarse en una escucha profunda de la vida”, dice el sacerdote, y avisa que “puede suceder que tenemos dificultad a admitir que estamos sedientos”. “¿Sedientos de qué? ¿De quién?” Es la pregunta que podemos ponernos en medio de nuestra gran dificultad a admitir que estamos sedientos. Sin embargo, no podemos hacer como si la sed no existiera: “del ponerse a su escucha depende la calificación espiritual de la vida”. Uno de los requisitos para recibir el agua de la vida es estar sedientos y reconocerse como tales. “Sabemos interpretar el agua. Pero ¿cómo interpretar la sed?”
Interpretar la sed
“Escuchar la propia sed es interpretar el deseo que está en nosotros”: responde así a la pregunta presentada antes el padre Tolentino, echando mano luego a la parte final del Simposio de Platón. “El deseo – explica –es entendido como carencia y no como necesidad”. “Debemos – prosigue párrafos más adelante –distinguir el deseo de una mera necesidad que se placa y se satisface con la posesión de un objeto. El deseo es una carencia que no ha sido nunca completamente satisfecha, una tensión, […] una interminable exposición a la alteridad. Una aspiración que nos trasciende y que no determina, como la necesidad, un término o fin”.
Simone Weil, agrega el sacerdote, “revisa el discurso platónico en clave mística”, asegurando que “el deseo es bueno porque contiene una energía que se deja orientar hacia lo alto, a lo divino”, y en ese sentido “propone una educación del deseo que nos haga vigilantes en relación a las tentaciones de sustitución, enseñándonos, más bien, a permanecer en lo incompleto, en el vacío y en la espera”. Esto porque para Simone Weil, no es nuestro deseo el que alcanza a Dios: si permanecemos sedientos y deseosos, es Dios mismo quien desciende hacia nuestra humanidad para colmar de plenitud nuestro deseo.
El padre Tolentino prosigue citando a Hegel, según el cual el deseo humano dirigido al otro se manifiesta como un deseo de reconocimiento. Un deseo del ser humano es el de ser amado, mirado, cuidado, deseado y reconocido. Mientras deseamos objetos, o dejamos que a movernos sea el conseguir cosas, títulos, premios, nuestro desear no es un “verdadero desear”. Y hoy en día – ahonda – es cada vez más claro que las sociedades capitalistas, organizadas entorno al consumo […] están removiendo la sed y el deseo típicamente humanos. “Cuando el placer, la pasión, la alegría acaban en un consumismo desenfrenando, llegamos a la extinción de la sed y a la agonía del deseo, en el que la vida pierde su horizonte”. Algo que sucede, observa Tolentino, en nuestras culturas y también en nuestras Iglesias: un déficit de deseo. ¿Nosotros bautizados formamos una comunidad de deseosos? ¿Los cristianos tienen sueños? ¿La Iglesia tiene hambre y sed de justicia? ¿Cómo nos ponemos ante el sueño misionero de llegar a todos? En relación a esta “sed” que la exhortación apostólica Evangelii Gaudium deposita en el corazón de la Iglesia… ¿nos arremangamos o estamos con las manos en mano?
La sed de Dios
En el final de su meditación el padre Tolentino apela al salmo 42: «Como la cierva sedienta busca las corrientes de agua así mi alma suspira por ti, mi Dios». Una imagen que describe “la distancia física que amplía el deseo”. Es necesario reencontrar el deseo, dice el predicador, los cristianos y en particular los pastores. Un deseo cuya experiencia es una condición de mendicidad: el creyente es un mendigo de misericordia. “El deseo nos expropia de nuestro saber acostumbrado, de nuestros diagnósticos y convicciones consolidadas, del patrimonio acumulado que nos atora, de la tiranía de nuestros puntos de vista absolutistas”. El deseo, según el padre Tolentino, “no refuerza la cerrazón en el proprio yo, sino que la trasciende y redimensiona, poniéndonos ante el Otro y su Alteridad”.
“El deseo es la brújula: nos orienta hacia Dios”. Y lo importante, recuerda el sacerdote, “no es lo que he sido, ni lo que soy, sino la potencialidad que Dios, el deseo de Dios, despierta en mi”.
“El Papa recuerda que una de las peores tentaciones son la autosuficiencia y la auto- referencialidad – concluye. Cuando eso sucede, hacemos de la vida una cápsula insonorizada, que puede asemejar a una cómoda zona de confort, pero que nos hunde en una anorexia mortal, porque el don de Dios y de los hermanos no circula, ni nos alimentamos”.
El padre Tolentino finalizó esta meditación con la oración de la sed: Enséñame, Señor, a rezar mi sed y a pedirte que no me la quites o canceles rápidamente, sino acreciéntala aun en aquella medida que yo no conozco y que sólo sé, que es tuya […].
VATICAN NEWS
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