editorial Ecclesia
Cuando, con la perspectiva y el equilibrio del paso tiempo, se escriba la historia y el significado del ministerio apostólico petrino de Francisco, su decidida apuesta por los pobres y por una Iglesia pobre y para los pobres será su característica más notable, su definición más precisa. Su sueño, expresado en el alba misma de su elección pontificia, de una Iglesia pobre, para los pobres y con los pobres es ya y será su gran aportación y su extraordinaria interpelación, vivida, además, por él en primera persona.
Pero esta es aportación suya, como el mismo Papa dijo en la homilía de la misa de la II Jornada Mundial de los Pobres (sobre esta jornada, homilía incluida, informamos en las páginas 29 y 30 de este mismo número de ecclesia), va mucho más allá de modas, estrategias o acentos: “No es una opción sociológica, no es la moda de un pontificado, es una exigencia teológica. Es reconocerse como mendigos de la salvación, hermanos y hermanas de todos, pero especialmente de los pobres, predilectos del Señor. Así, tocamos el espíritu del Evangelio”.
¿Y qué significa y exige esta Iglesia pobre, de los pobres y para los pobres? En primer lugar, es comprometernos pastores y fieles en ser Iglesia radicalmente evangélica, Iglesia de las Bienaventuranzas, Iglesia transparente, honesta, limpia, mansa, pacífica, reconciliada y reconciliadora, humilde y, por ello, desprovista de narcisismos, pompas, vanidades, egolatrías y autocomplacencias vanas. Iglesia que no tiene miedo a la verdad (¡qué necesario es que no olvidamos que solo la verdad nos hará libres y fecundos, en medio de las embestidas casi cotidianas de la divulgación de casos, por pretéritos que sean, de abusos a menores!). Iglesia que sabe que está para servir y que los primeros destinatarios de su servicio y de su misericordia son precisamente los últimos de la sociedad y hasta de nuestras propias comunidades.
Una Iglesia de y para los pobres es aquella que sitúa la misión samaritana y de la caridad en el vértice de su quehacer. Que hace realidad, con los hechos y con las obras, que los pobres nos enriquecen y nos evangelizan. Que no se llena de palabras, estrategias, tópicos, demagogias, propagandas e ideologías, sino que escucha el grito del pobre –al hilo del lema de esta II Jornada Mundial de los Pobres: “Este pobre gritó y el Señor lo escuchó” (en las páginas 23, 24 y 25 de ecclesia de la pasada semana publicamos el correspondiente mensaje papal) y responde a su clamor ayudándole y liberándole. Una liberación, como escribieron la CEE y Cáritas Española en un comunicado conjunto para esta Jornada, que significa salvar, acoger, proteger, acompañar e integrar a las personas que más sufren.
Una Iglesia con los pobres es aquella que no ve los toros desde la barrera… Qué está con ellos, que convive con ellos, que hace realidad aquella frase de los santos padres según la cual “los pobres son los mayores tesoros de la Iglesia”. Que aprende de ellos y con ellos en esa singular escuela del Evangelio que son la vida misma y los pobres. Es una Iglesia que saca tiempo de su agenda, por repleta y complicada que sea, para compartir la fe, la esperanza y la caridad con los pobres y para dejarse enriquecer por ellos. Es una Iglesia, con palabras de Francisco en su homilía referida, que se deja despertar por el Señor y por el clamor de los pobres “de la calma ociosa, de la tranquila quietud de nuestros puertos seguros”. Que se deja desatar “de los amarres de la autorreferencialidad que lastran la vida” y que se libera de la ansiosa “búsqueda de nuestros éxitos”.
Y, en concreto y en particular, para hacer posible esta Iglesia también en España, nuestra Conferencia Episcopal Española, desde su identidad de organismo de colegialidad episcopal, comunión eclesial y dinamización de la misión evangelizadora, acaba de abrir ahora una nueva etapa, combinando renovación y continuidad, con la elección para cinco años de un nuevo secretario general.
Es indudable que en el quinquenio ahora concluido los pobres, máxime en los años más duros de la crisis, han estado muy presentes. Así lo avala, por ejemplo, la instrucción pastoral de 2015 “Iglesia, servidora de los pobres”. Pero es también indudable que siempre es necesario intensificar y más y más este compromiso, no por moda, sino por exigencia evangélica.
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