[Por: Juan José Tamayo]
En el artículo de la semana pasada (blog de Juan José Tamayo en amerindiaenlared.org)
escribí sobre “El diálogo interreligioso, respuesta a la violencia” con
motivo de mi participación en el II Foro Mundial sobre Violencias
Urbanas y educación por la convivencia y la Paz”, convocado por el
Ayuntamiento de Madrid.
Hoy ofrezco una nueva reflexión sobre el tema centrado en
“Las razones para el diálogo interreligioso e intercultural”, que expuse
en mi intervención en el Seminario Internacional Permanente Diálogos
Oriente-Occidente sobre “El diálogo intercultural e interreligioso como
herramientas para prevenir y erradicar el extremismo”, organizado por la
Facultad de Filología y el
Instituto Universitario de Ciencias de las Religiones, de la Universidad
Complutense de Madrid (UCM), la Embajada de los Emiratos Árabes Unidos y
la Euromediterranean University Institute bajo la coordinación
científica del Dr. Mohamed Dahiri, profesor de Estudios Árabes e
Islámicos de la UCM.
La tolerancia, el diálogo y la no-violencia no han sido
precisamente valores que hayan caracterizado a las religiones, o al
menos a sus dirigentes, ni en el comportamiento con las personas
creyentes ni en su actitud ante la sociedad. La mayoría de las
religiones han impuesto un pensamiento único y han perseguido, castigado
y expulsado de su seno a los creyentes considerados disidentes y
heterodoxos. Han invadido espacios civiles que no eran de su competencia
y han impuesto sus creencias, muchas veces por la fuerza, recurriendo a
la violencia. Por lo mismo, el diálogo ha brillado por su ausencia. Se
ha impuesto, más bien, el anatema, la condena, la exclusión. Lo mismo
cabe decir de la no-violencia y de los mensajes de paz, que están
presentes en los mensajes originarios de las mayoría de las religiones,
pero con frecuencia ausentes en sus prácticas, que suelen ser violentas.
Lo que con gran lucidez decía de los cristianos Baruc
Spinoza, que había sufrido en su propia carne la exclusión de la
comunidad judía, es aplicable a no pocos creyentes de otras religiones:
“Me ha sorprendido a menudo ver a hombres que profesan la
religión cristiana, religión de paz, de amor, de continencia, de buena
fe, combatirse los unos a los otros con tal violencia y perseguirse con
tan terribles odios, que más parecía que su religión se distinguía por
este carácter que por lo que antes señalaba. Indagando la causa de este
mal, he encontrado que proviene, sobre todo, de que se colocan las
funciones del sacerdocio, las dignidades y los deberes de la iglesia en
la categoría de las ventajas materiales, y en que el pueblo imagina que
toda religión consiste en los honores que tributa a sus ministros”
(Spinoza, 1986: 66).
¿Quiere esto decir que la intolerancia y la violencia constituyen la ley de las religiones? No. Yo que creo:
− ni el choque de civilizaciones es la ley de la historia;
− ni las guerras de religiones son una constante en la vida de los pueblos;
− ni los fundamentalismos pertenecen a la esencia de las religiones;
− ni los enfrentamientos entre las diferentes etnias están en la naturaleza de éstas;
− ni las diferencias culturales tienen que desembocar en conflictos entre ellas;
− ni las diferentes disciplinas tienen que estar enfrentadas por defender celosamente su campo de estudio;
− ni los pueblos tienen que resolver sus problemas y conflictos violentamente;
− ni las identidades se construyen imponiéndose y destruyéndose unas a otras;
− ni la sumisión de las mujeres bajo el imperio del patriarcado constituye el principio de organización de la sociedad ni el modelo de relaciones humanas.
− ni las guerras de religiones son una constante en la vida de los pueblos;
− ni los fundamentalismos pertenecen a la esencia de las religiones;
− ni los enfrentamientos entre las diferentes etnias están en la naturaleza de éstas;
− ni las diferencias culturales tienen que desembocar en conflictos entre ellas;
− ni las diferentes disciplinas tienen que estar enfrentadas por defender celosamente su campo de estudio;
− ni los pueblos tienen que resolver sus problemas y conflictos violentamente;
− ni las identidades se construyen imponiéndose y destruyéndose unas a otras;
− ni la sumisión de las mujeres bajo el imperio del patriarcado constituye el principio de organización de la sociedad ni el modelo de relaciones humanas.
Todo lo contrario. El choque de civilizaciones, los
fundamentalismos, los enfrentamientos étnicos, los conflictos
identitarios y el patriarcado son construcciones ideológicas de los
poderes políticos, económicos, militares, religiosos y culturales
hegemónicos que establecen alianzas entre sí para mantener su poder
sobre el mundo y sobre las conciencias de la ciudadanía. Son
construcciones humanas que manipulan las culturas, a las que ponen al
servicio de proyectos imperialistas opresores; a Dios, a quien se invoca
como aliado suyo; a las religiones, consideradas expresa o tácitamente
como sanción moral de sus comportamientos, incluso violentos.
Las religiones y las culturas no pueden caer en la trampa
que les tienden los poderes hegemónicos. No pueden seguir siendo fuentes
de conflicto entre sí ni seguir legitimando los choques de intereses
espurios de las grandes potencias. No pueden estar sometidas al asedio
del mercado ni al servicio de los poderosos La alternativa al choque de
civilizaciones, al conflicto entre culturas, a la guerra de religiones y
a los enfrentamientos éticos es el diálogo, cuyas razones expongo a
continuación en un tridecálogo:
1. El diálogo forma parte de la estructura del ser humano
como ser social, que implica crear espacios de comunicación y lugares de
encuentro.
2. El diálogo forma parte de la estructura del
conocimiento y de la racionalidad. La razón es dialógica, no autista;
intersubjetiva, no puramente subjetiva. Nadie puede decir que posea la
verdad en exclusiva y en su totalidad.
3. El diálogo
requiere argumentación y exige dar razones y exponerlas con rigor, pero
también escuchar las razones del otro y cambiar de opinión se estas
resultan más convincentes que las propias.
4. El diálogo es una de las claves fundamentales de la
hermenéutica, ya que nos permite comprender los acontecimientos y los
textos de otras tradiciones culturales y religiosas y los textos del
pasado de nuestra propia tradición.
5. El diálogo constituye una alternativa al
fundamentalismo, al integrismo, al fanatismo, al dogmatismo y es un
antídoto contra el enfrentamiento entre culturas y religiones y frente a
toda amenaza totalitaria.
6. A favor del diálogo aboga la historia de las
religiones, que muestra la gran riqueza simbólica de la humanidad, la
pluralidad de manifestaciones de lo sagrado, de lo divino, del misterio,
y las múltiples respuestas a las preguntas por el sentido de la vida y
el sin-sentido de la muerte.
7. La verdad no se impone por la fuerza del poder, sino
que es fruto de acuerdo entre los interlocutores tras una larga y ardua
búsqueda, donde se compaginan el consenso y el disenso.
8. El pluriverso de culturas aboga por el diálogo
intercultural. Ninguna cultura puede considerarse en posesión única de
la verdad como si se tratara de una propiedad privada recibida en
herencia o a través de una operación mercantil.
9. El diálogo intercultural e interreligioso constituye un
imperativo ético para la supervivencia de la humanidad, la paz en el
mundo, la lucha por la justicia, la defensa de la naturaleza y el logro
de la igualdad en la diversidad.
10. La interdependencia de los seres humanos, la
pluralidad de cosmovisiones, las diferencias de opiniones y los
conflictos de intereses demandan una cultura del diálogo.
11. Sin diálogo, afirma Raimon Panikkar, el ser humano se
asfixia y las religiones se anquilosan. Por lo mismo, sin diálogo la
diversidad es inalcanzable y sin respeto a la diversidad el diálogo es
inútil, confirma el filósofo iraní Ramin Jahanbegloo.
12. El diálogo no puede girar en cuestiones superficiales,
sino que tiene que ser radical, es decir, girar en torno a los
problemas más acuciantes que viven la humanidad y la naturaleza e ir a
la raíz de los mismos.
13. Los interlocutores del diálogo no pueden ser los
apologistas de las religiones y culturas, sino las personas críticas de
sus propias tradiciones culturales y religiosas. Eso las libra de su
instalación complaciente en certezas absolutas y verdades eternas, al
tiempo que las lleva a reconocer la complejidad de la realidad y estar
abiertas al cambio.
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